lunes, 25 de marzo de 2024

Reflexiones desde la Pluma de Elena Garro: Un Cuento Corto para pensar


 

Invitación a la reflexión

Elena Garro, una figura destacada en la historia mexicana, emergió como una voz comprometida en la lucha por la justicia social. Reconocida tanto por su maestría en la narrativa como por su activismo social, Garro desafió las desigualdades arraigadas y los abusos de poder perpetrados por las élites gubernamentales y sociales. 

Un Cuento Corto para pensar
El relato seleccionado para esta ocasión es "Las cabezas bien pensantes" 

"Las cabezas bien pensantes" trasciende la categoría de simple narrativa para convertirse en una profunda reflexión sobre la percepción del exilio y la sensación de anulación de la humanidad. Al abordar de manera recurrente los Derechos del Hombre, el texto adopta un tono crítico y posiblemente inconscientemente feminista.

Relatos en YouTube

Es el momento propicio para disfrutar de este relato en mi canal Carla Narraciones. Si aprecias este género literario, te insto a sumergirte en su escucha. Si deseas explorar el trabajo de otra notable escritora, te recomiendo sumergirte en los relatos de SilvinaOcampo.

miércoles, 13 de marzo de 2024

Explorando la Modernidad Líquida: El Legado de Zygmunt Bauman

 

Modernidad Líquida

En esta ocasión, exploraremos el concepto de modernidad líquida propuesto por el sociólogo y filósofo polaco Zygmunt Bauman. Nacido en 1925 y fallecido en 2017, Bauman dejó un legado perdurable en la sociología contemporánea y tuvo un impacto significativo en el pensamiento filosófico posmodernista. A lo largo de su vida, Bauman desafió las concepciones tradicionales de la sociedad y la cultura, ofreciendo un análisis penetrante de los fenómenos sociales en constante cambio. En este contexto, la modernidad líquida emerge como un concepto clave para comprender las dinámicas fluidas y volátiles de la sociedad contemporánea.


Bauman

Zygmunt Bauman vivió y experimentó de primera mano los eventos tumultuosos del siglo XX. Nacido en Polonia, se vio afectado por la Segunda Guerra Mundial y las posteriores tensiones políticas y sociales de la Guerra Fría. Esta experiencia marcó profundamente su visión del mundo y su enfoque en la sociología.

A lo largo de su carrera académica, Bauman abordó una amplia gama de temas sociales y culturales, desde la globalización hasta la política y la ética. Su trabajo interdisciplinario y su capacidad para conectar teorías sociológicas con la vida cotidiana lo convirtieron en una figura influyente tanto en la sociología como en la filosofía posmodernista.


Impacto en la Filosofía Posmodernista

Su crítica a las estructuras sociales y culturales rígidas de la modernidad y su énfasis en la fluidez y la volatilidad de las relaciones humanas resonaron fuertemente con los filósofos posmodernistas.

Su concepto de "modernidad líquida" proporcionó un marco teórico para comprender la naturaleza cambiante y fragmentada de la sociedad contemporánea, que era fundamental para la filosofía posmodernista. Bauman desafió las ideas tradicionales de la modernidad sólida y ofreció una visión más compleja y matizada del mundo actual.


Definición y características de la modernidad líquida

El concepto de modernidad líquida, presentado por Bauman, se refiere a la fluidez y volatilidad de las estructuras sociales y culturales en la sociedad contemporánea. Contrasta con la modernidad sólida, caracterizada por instituciones estables y roles sociales definidos. En la modernidad líquida, las relaciones, normas y valores sociales tienden a ser más flexibles y cambiantes.


Ideas Clave de Bauman sobre la Modernidad Líquida

Bauman identifica varias características clave de la modernidad líquida:

1.Individualización: La tendencia hacia la autonomía y la fragmentación de identidades en la sociedad contemporánea.

2.Precariedad: La sensación de inestabilidad y vulnerabilidad en aspectos como el empleo y las relaciones sociales.

3.Consumismo: El papel central del consumo en la configuración de la identidad y la cultura.

4.Desigualdad: El aumento de las brechas socioeconómicas y la concentración de poder en manos de unos pocos.

5.Globalización: La interconexión global y sus efectos en la movilidad, la migración y la diversidad cultural.


Reflexión individual y comunitaria 

La obra "Modernidad Líquida" de Zygmunt Bauman nos presenta un retrato penetrante de la sociedad contemporánea, marcada por la fluidez y la volatilidad en todas las esferas de la vida. Ante este escenario dinámico y en constante transformación, surge la imperiosa necesidad de una reflexión profunda, tanto a nivel individual como comunitario.

La comprensión de las complejidades de la modernidad líquida requiere una introspección personal, una pausa reflexiva que nos permita examinar nuestras propias identidades en este contexto cambiante. Bauman nos insta a cuestionar nuestras percepciones, valores y decisiones, reconociendo la influencia de las fuerzas líquidas que configuran nuestra existencia.

Además, la reflexión comunitaria se presenta como un paso fundamental. En un mundo donde las interconexiones son cada vez más evidentes, la colaboración y el diálogo entre individuos adquieren una importancia crucial. La construcción de comunidades resilientes, capaces de adaptarse a la fluidez de la modernidad, se convierte en una tarea colectiva. 

Esta reflexión, tanto a nivel personal como comunitario, no solo nos lleva a comprender las complejidades de la modernidad líquida, sino que también nos impulsa hacia cambios significativos. La adaptabilidad, la empatía y la búsqueda conjunta de soluciones se erigen como elementos clave para abordar los desafíos de nuestro tiempo.

En última instancia, es a través de esta reflexión profunda y compartida que podemos aspirar a modelar una modernidad más consciente, donde las transformaciones individuales se entrelacen con cambios comunitarios, trazando así un camino hacia un futuro más resiliente y equitativo. 


Filosofía en Youtube

En este video, exploraremos una visión penetrante de la modernidad líquida de Zygmunt Bauman, examinando su análisis de la fluidez social, la fragmentación de identidades y la precariedad en la sociedad contemporánea. Asimismo, nos sumergiremos en la obra de Bauman para comprender cómo su pensamiento desafía las estructuras tradicionales y nos incita a reflexionar sobre los desafíos de nuestro tiempo.

Si te consideras un apasionado de la filosofía, te invito a adentrarte en el vasto universo de las ideas de Friedrich Nietzsche.



domingo, 3 de marzo de 2024

Cuentos de Silvina Ocampo

Cuentos de una gran escritora argentina

Silvina Inocencia Ocampo ​​ fue una escritora, cuentista y poeta argentina. Cabe destacar, no solo  la calidad literaria de sus cuentos, sino también de haber pasado a la historia de la literatura argentina del siglo XX por la crueldad desconcertante que supo imprimir en algunos protagonistas de estos relatos. Si quieres conocer su biografía, te recomiendo leer Silvina Ocampo frente al espejo. 


Así que, me gustaría recomendaros dos cuentos de esta escritora. El primer cuento, El vástago, es un relato sobre la opresión familiar y la venganza.  En este relato, expone la ambigüedad, la crueldad y la complejidad de los seres humanos El segundo cuento, El sótano, narra la historia de una mujer que elige vivir en un sótano. La decisión de la protagonista de vivir en el sótano muestra su búsqueda de autonomía y resistencia contra las normas de la sociedad convencional. Si quieres leer estos cuentos para adultos, puedes encontrarlos en Lecturia, biblioteca de relatos. 


Cuentos en YouTube


También tienes la opción de escuchar estos cuentos en YouTube. En mi canal Carla Narraciones, podrás acceder a este audiolibro de Silvina Ocampo y a muchos audiolibros más. Si te gusta los cuentos de esta escritora, te recomiendo 2 cuentos de grandes escritoras latinoamericanas. 


sábado, 23 de septiembre de 2023

3 cuentos cortos de Rafael Barrett

 

Rafael Barret, gran escritor de cuentos para adultos




Rafael Barret, fue un escritor —narrador, ensayista y periodista— español que desarrolló la mayor parte de su producción literaria en Paraguay, por lo que es considerado una figura destacada de la literatura paraguaya a principios del siglo XX.

 

Nació en Torrelavega, Cantabria, España, en 1876, se trasladó a estudiar ingeniería a Madrid, donde trabó amistad con Valle-Inclán, Ramiro de Maeztu y otros miembros de la Generación del 98, donde vivió una existencia bohemia.

Se fue a Paraguay como corresponsal del diario argentino El Tiempo, donde se asentó a los 29 años. En 1904 se instaló en y en 1906 contrajo matrimonio y participó en la creación del grupo y tertulia literaria La Colmena. En julio de 1908, tras el golpe militar del mayor Albino Jara, Barrett organizó la atención a los heridos por las calles de Asunción, y en octubre fue apresado como consecuencia de las denuncias sobre abusos y fue desterrado a Corumbá en el Matto Grosso brasileño.


En 1908 llega a Montevideo para tratar de mejorar la tuberculosis que padecía y, en su periplo por estos países, fue tomando conciencia de las miserables condiciones de vida en gran parte de Sudamérica, e intentó denunciarlo en sus escritos

En vida solo logró publicar el libro Moralidades actuales, que cosechó un gran éxito en Uruguay y su obra ha sido elogiada por grandes autores latinoamericanos como, Jorge Luis Borges. Finalmente, murió el 17 de diciembre de 1910.



Cuentos de Rafael Barret 

He escogido tres cuentos cortos de Rafael Barrett: ¿Recuerdas?, La risa y El leproso, cuentos que puedes escuchar en YouTube. Si te gustan los cuentos, te invito a escuchar 2 cuentos cortos para pensar de Pio Baroja y Sara Gallardo.

 


jueves, 24 de agosto de 2023

2 cuentos cortos para pensar de Pio Baroja y Sara Gallardo

Cuentos para adultos

He escogido, para esta ocasión, unos cuentos cortos para adultos de Pio Baroja y Sara Gallardo, dos cuentos para pensar.

 

Pio Baroja

Medium es un relato corto de Pio Baroja que se inscribe en una vertiente fantástica. Fue incluido en el segundo volumen de la Antología del Cuento Extraño, serie compilada por Rodolfo Walsh. Este escritor fue uno de los grandes exponentes de la llamada Generación del 98, conocido por su producción novelística.

 

Sara Gallardo

De la escritora argentina Sara Gallardo, he seleccionado un breve relato titulado Los trenes de los muertos, una pequeña obra maestra perteneciente al único libro de cuentos publicado por ella El país del humo, 1977. Este relato es una buena representación de la gran narrativa breve argentina y una opción distinta a la de los autores clásicos de allá como Borges o Cortázar. Sara Gallardo fue escritora, corresponsal, crítica y entrevistadora desde fines de la década del cincuenta.

 

Cuentos para escuchar

Después de esta breve presentación de los cuentos  y de sus respectivos autores, ahora puedes escuchar los cuentos en YouTube, concretamente en mi canal Carla Narraciones. Si te gusta este género literario, te recomiendo: Pasión de María Fernanda Ampuero. 

lunes, 31 de julio de 2023

" Pasión " de María Fernanda Ampuero (Cuento completo) AUDIOCUENTO


Audiocuento de María Fernanda Ampuero 

María Fernanda Ampuero (Ecuador, 1976) es una de las grandes revelaciones de la literatura actual,  cuando publicó en 2018 su libro de cuentos Pelea de gallos.

Por este motivo, me gustaría presentaros, no solo un cuento corto para adultos de esta autora y  su explicación, sino también su audiocuento en YouTube.

"Pasión" (2018)

Hecha un ovillo en el suelo pareces un bulto que algún mendigo dejó ahí sin miedo a que le roben porque no hay nada de valor en esa sucia bolsa. Eres tú. El polvo que levantan las sandalias de la multitud –la multitud que corre a ver el espectáculo– te cubre por completo. Tienes la boca de arena y una piedra puntiaguda se te clava en el esternón. Alguien te pisa. Sigues inmóvil. Un perro hambriento, salvaje, te olfatea. Sigues inmóvil. Piensas en venenos, en amargas raíces asesinas, en esos afilados colmillos de las serpientes del desierto que tantas veces has ordeñado, piensas en acabar con todo rápido.

 

Sabes, lo único que sabes, es que no vas a poder vivir sin él. Lo que no sabes, y nunca sabrás, es si te quiso. Eso es algo que solo saben quienes han sido queridos alguna vez. Tú no eres una de esas personas. Tu madre se fue dejándote mocosa y flaca y desnuda. Un animalito mojado en la puerta de la casa de tus abuelos.

 

Se fue a buscar hombres, decían ellos, decían las gentes del pueblo tapándose la boca por un lado. Usaban para hablar de ella esa palabra que luego, no mucho más tarde, fue tuya, te calzó como un traje ceñido, te contagió como una enfermedad.

 

No sabes, tampoco, que tu madre quería salvarte de ella, de eso que heredaste y que se parece tanto a una gracia como a una maldición.

 

La primera profecía que cumpliste fue la de «eres igual a tu madre». Te golpeaban para que no seas igual a tu madre mientras te gritaban eres igual a tu madre. Una noche, tendrías doce, trece, se te hizo tarde al volver de tu ocupación favorita: recoger raíces, hierbas y flores para luego en casa hervirlas, aplastarlas, mezclarlas y ver qué pasaba. Volviste corriendo con la alforja llena, levantabas el polvo con tus sandalias, ensuciabas los bajos de la falda y la gente al verte pasar sudada, jadeando, meneaba la cabeza como diciendo «pobrecilla», como diciendo «otra como la madre».

 

Ella, tu abuela, él, tu abuelo, te pegaron tanto que dejaste para siempre de escuchar por el oído derecho y te quedó un rengueo al caminar. Con una vara de laurel –esa vara de laurel– te rasgaron la espalda, las nalgas, el pecho diminuto, hasta dejarte tiras de piel colgando, como una naranja a medio pelar.

 

Gritaban, gritaban, y azotaban, azotaban. Sus sombras a la luz del fuego parecían gigantes furiosos. Cerraste los ojos. Te hiciste un ovillo en el suelo, apretaste la piedra gris que tu madre te había dejado atada al cuello y dijiste para ti misma «que me maten o ya verán».

 

Pero no te mataron.

 

Despertaste de madrugada a punto de ahogarte con tu propia sangre. Escupiste, vomitaste y con un dolor de agonía lograste incorporarte. Despacio, muy despacio, cubriste con uno de tus emplastos cada herida y las envolviste con paños. Fuiste a tu alforja, buscaste un recipiente y ahí, en la oscuridad, mezclaste con el mortero varias hierbas y raíces, añadiste unas gotas de líquido que brilló –amarillo– a la luz de la luna. Tus ojos, también amarillos, se iluminaron como los de un gato.

 

Eso nadie lo vio.

 

Pusiste el recipiente con la mezcla en el fuego, dijiste unas palabras en susurros –sonaron a cántico, a rezo, a hechizo–, cubriste con tu palma la piedra gris, recogiste tus cosas y te largaste de allí.

 

Cuando encontraron a tus abuelos estaban secos, deshidratados, tiesos como esas culebras huecas que a veces aparecen en los caminos.

 

Decían, los que los encontraron, que estaban marrones y que tenían los ojos desorbitados y las mandíbulas inhumanamente abiertas. Decían, los que los encontraron, que parecían haber muerto de terror.

 

Se te perdió la pista muchos años. Una niña perdida más en un mundo de niñas perdidas. Unos decían que te habías unido a los nómadas y recorrías los pueblos bailando y enseñando los pechos por unas monedas. Otros aseguraban que habías matado a unos hombres que querían quitarte el colgante –la piedra– de tu madre. Unos más estaban convencidos de que habías muerto leprosa, despedazada y sola. Que alguien que conocía a alguien que conocía a alguien te había visto agonizar en un leprosario, encerrada en una mazmorra con otros asesinos, bailando sin ropa ante hombres excitados.

 

En realidad, tu vida no le importaba a nadie y lo único que querían saber era qué diablos les habías hecho a tus abuelos para que amanecieran secos como ramas.

 

Te empezaron a llamar también otra cosa, como a tu madre, y te usaban, usaban tu nombre, para asustar a los niños.

 

Un día te dijeron que allí, en esa tierra maldita que juraste no volver a pisar, había un hombre especial y que tenías que conocerlo. Nunca podrás decir a las claras por qué, pero deshiciste lo andado durante tantos años. Caminaste kilómetros y kilómetros, despedazaste tus sandalias y llegaste un amanecer, descalza, el pelo una maraña, la piel quemada.

 

Él parecía estar esperándote. Pidió una palangana de agua limpia y se hincó a lavarte, con una delicadeza casi femenina, los pies llagados y sucios. Nunca podrás decir a las claras por qué, tal vez porque ese fue el único acto de ternura que te habían dedicado –a ti, criatura del golpe, hija de la brutalidad, princesa de las noches que terminan con las mujeres malheridas–, pero en ese instante tomaste la decisión de darle tu vida, de hacer lo que quisiera, lo que sea, de ser barro en sus manos, suya, su esclava.

 

Él te preguntó tu nombre y lo repitió con una dulzura que te hizo llorar las primeras lágrimas, tus lágrimas, niña, que se volverían leyenda. Entonces extendió su mano y te las secó y te dijo –sí, no te lo inventas, lo dijo– que te quería.

 

Dijo: te quiero.

 

Ya no había vuelta atrás. La huérfana, la humillada, la maltratada, la tullida, la medio sorda, la puta, la asesina, la leprosa no existían ya –nunca más existirían.

 

Eras tú frente a él.

 

Y tú frente a él eras una mujer extraordinaria. La mejor de las mujeres.

 

Y si un perro, que es un ser de poco entendimiento, sigue fielmente a quien le acaricia la cabeza y el lomo, ¿cómo no ibas tú a seguirlo a él hasta el mismísimo infierno? ¿Cómo no ibas a hacer hasta lo imposible por hacerlo feliz, por ayudarlo a cumplir sus promesas? Así, como un perro agradecido, te sentabas a sus pies a mirarlo, a escucharlo arrobada, loca de amor, como si de su boca salieran uvas, miel, jazmines, pájaros.

 

A veces, mientras él contaba sus dulces historias de pescadores y pastores, tú apretabas la piedra gris de tu pecho y aparecían veinte, treinta, cuarenta personas más a escucharlo como tú: con devoción infantil, como si fuera un mago, como si de su boca saliera miel, pájaros.

 

Sabías que eso lo hacía feliz.

 

De pronto fueron muchos los que lo seguían. Él cambió. Los cuentos se volvieron recetas, las anécdotas, mandatos. Empezó a hablar de cosas que no entendías, que en realidad nadie entendía, cosas mágicas, santas, tal vez sacrilegios. A ti nada de eso te importaba.

 

Los otros ya no te dejaban tocarlo –salvo la túnica, las sandalias– ni él visitaba tu tienda con tanta frecuencia, con tanta urgencia. Te quedaba la memoria de su olor de hombre del desierto que no se iba de tu nariz, de tu cuerpo, de tu vestido. Un olor que no se fue nunca, que hasta el último instante de tu vida te estremeció. Era tuyo, ahora un enviado de los cielos, decía, pero tuyo. Y tú de él. Por eso apretaste la piedra de tu cuello cuando se quedaron sin vino en aquella boda e hiciste aparecer pescado y pan donde no había más que piedras y arena –porque en tu soledad aprendiste a que te obedecieran el agua, las piedras, la arena.

 

Por eso también aplicaste, sin que nadie te viera, sin que nadie quisiera verte, tu ungüento en los ojos blancos del mendigo que los abrió y dijo «milagro» y te metiste a escondidas en el sepulcro de aquel hombre para llenar sus pulmones muertos del sahumerio de la vida –entonces invocaste fuerzas que no debías, la muerte es la muerte, pero ya era demasiado tarde para replanteártelo– y lograste que el cadáver se levantara, que anduviera y que él se llenara –más, cada día, más– de gloria.

 

Pero eso no lo ibas a permitir. Que se muriera. No: que se dejara matar. Eso no lo ibas a permitir. Trataste de impedírselo, le hablaste del ungüento, de las piedras que fueron alimento, del vino que era agua, de los ojos blancos, nulos, de aquel mendigo, del cadáver que anduvo, de la piedra que llevas en el cuello, de las fuerzas que invocaste, infinitamente más poderosas que tú y que él. Pero no te creyó. Te apartó de su lado con violencia –él, con violencia– y te caíste y desde el suelo lo miraste y viste a dios. Ese hombre era tu dios. Y te llamaste mentirosa, te llamaste embustera, te llamaste loca y él te dijo:

 

– Apártate de mí vista, mujer.

 

Si un perro permanece en la puerta del que le da un mendrugo de pan y muestra los colmillos, dispuesto a despedazar a cualquiera, para protegerlo, ¿cómo no ibas tú a defenderlo hasta de sí mismo, de su propia convicción? Por eso el día en que se lo llevaron y le hicieron todos esos horrores, tú apretaste la piedra y el cielo se encapotó hasta convertirse en una masa de lava gris y tu llanto –ay, tu llanto– hizo que gente a miles de kilómetros empezara a llorar sobre la sopa, haciendo el amor, labrando la tierra, lavando la ropa en un río, en sueños.

 

Cuando su cabeza colgó sobre su pecho, inerte, te hiciste un ovillo y la gente te pisoteó y un perro salvaje te olfateó y pensaste en venenos y quisiste morirte ahí mismo, pero entonces rompiste a llorar. Y tu llanto, mujer de lágrima viva, hizo un pozo en el que mojaste tu vestido como si fuese un sudario y, desnuda, sin que nadie te viera, sin que nadie quisiera verte, te metiste en el sepulcro en el que horas después lo depositarían a él: esquelético, ensangrentado, muertísimo.

 

Con tu espalda pegada a la fría piedra, tu cuerpo pálido, de moribunda, lo viste levantarse y sonreíste. Llevaba al cuello la piedra gris, es decir, se llevaba tu fuerza, tu sangre, tu savia. La luz que entró en el sepulcro cuando él movió la piedra te permitió verlo por última vez: hermoso, divino, sobrenaturalmente amado.

 

Él te miró, estás casi segura de que te miró y con tu último aliento –te morías– le dijiste algo, lo llamaste, estiraste la mano. La palabra amor se colgó del techo como una estalactita. Pero él siguió caminando al encuentro de sus fanáticos que gritaban, se tiraban a la arena de rodillas, se cubrían los rostros con las manos.

 

Y no volvió la vista atrás.

Según su visión, la literatura debe intentar derribar los tabúes sociales, trabajando con personajes que se salen de la norma y se enfrentan a la realidad que los asfixia.

 

Explicación del cuento

"Pasión" nació de su deseo de revisar la Biblia desde una mirada feminista. Así que, no solo trata de retratar a María Magdalena como una mujer con su independencia y pensamiento crítico, sino también la idea de reescribir la historia de personajes bíblicos mostrando un lado nuevo, es decir, la de una mujer que, aunque sepa defenderse, sucumbe al deseo de amor.

Audiocuento en YouTube

Aquí puedes escuchar este audiocuento en YouTube de María Fernanda Ampuero. Si te gustan los cuentos, te recomiendo también Cuentos de mujeres latinoamericanas. 



 

martes, 27 de junio de 2023

2 cuentos de grandes escritoras latinoamericanas

 

Cuentos para pensar de grandes escritoras latinoamericanas

El primer cuento para pensar que os voy a mostrar es de Cristina Peri Rossi, una destacada poeta y narradora nacida en Uruguay (1941). Es un cuento para pensar precioso que os muestro a continuación, como también su explicación.

 

Punto final

Cuando nos conocimos, ella me dijo: «Te doy el punto final. Es un punto muy valioso, no lo pierdas. Consérvalo, para usarlo en el momento oportuno. Es lo mejor que puedo darte y lo hago porque me mereces confianza. Espero que no me defraudes». Durante mucho tiempo, tuve el punto final en el bolsillo. Mezclado con las monedas, las briznas de tabaco y los fósforos, se ensuciaba un poco; además, éramos tan felices que pensé que nunca habría de usarlo. Entonces compré un estuche seguro y allí lo guardé. Los días transcurrían venturosos, al abrigo de la desilusión y del tedio. Por la mañana nos despertábamos alegres, dichosos de estar juntos; cada jornada se abría como un vasto mundo desconocido, lleno de sorpresas a descubrir. Las cosas familiares dejaron de serlo, recobraron la perdida frescura, y otras, como los parques y los lagos, se volvieron acogedoras, maternales. Recorríamos las calles observando cosas que los demás no veían y los aromas, los colores, las luces, el tiempo y el espacio eran más intensos. Nuestra percepción se había agudizado, como bajo los efectos de una poderosa droga. Pero no estábamos ebrios, sino sutiles y serenos, dotados de una rara capacidad para armonizar con el mundo. Teníamos con nuestros sentidos una singular melodía que respetaba el orden del exterior, sin sujetarse a él.

Con la felicidad, olvidé el estuche, o lo perdí, inadvertidamente. No puedo saberlo. Ahora que la dicha terminó, no encuentro el punto final por ningún lado. Esto crea conflictos y rencores suplementarios. «¿Dónde lo guardaste? —me pregunta ella, indignada—. ¿Qué esperas para usarlo? No demores más, de lo contrario, todo lo anterior perderá belleza y sentido». Busco en los armarios, en los abrigos, en los cajones, en el forro de los sillones, debajo de la mesa y de la cama. Pero el punto no está; tampoco el estuche. Mi búsqueda se ha vuelto tensa, obsesiva. Es posible que lo haya extraviado en alguno de nuestros momentos felices. No está en la sala, ni en el dormitorio, ni en la chimenea. ¿El gato se lo habrá comido?

Su ausencia aumenta nuestra desdicha de manera dolorosa. En tanto el punto no aparezca, estamos encadenados el uno al otro, y esos eslabones están hechos de rencor, apatía, vergüenza y odio. Debemos conformarnos con seguir así, desechando la posibilidad de una nueva vida. Nuestras noches son penosas, compartiendo la misma habitación, donde el resquemor tiene la estatura de una pared y asfixia, como un vapor malsano. Tiñe los muebles, los armarios, los libros dispersos por el suelo. Discutimos por cualquier cosa, aunque los dos sabemos que, en el fondo, se trata de la desaparición del punto, de la cual ella me responsabiliza. Creo que a veces sospecha que en realidad lo tengo, escondido, para vengarme de ella. «No debí confiar en ti —se reprocha—. Debí imaginar que me traicionarías». Era un estuche de plata, largo, de los que antiguamente se usaban para guardar rapé. Lo compré en un mercado de artículos viejos. Me pareció el lugar más adecuado para guardarlo. El punto estaba allí, redondo, minúsculo, bien acomodado. Pero pasaron tantos años. Es posible que se extraviara durante una mudanza, o quizás alguien lo robó, pensando que era valioso.

Luego de buscarlo en vano casi todo el día, me voy de casa, para no encontrar su mirada de reproche, su voz de odio. Toda nuestra felicidad anterior ha desaparecido, y sería inútil pensar que volverá. Pero tampoco podemos separarnos. Ese punto huidizo nos liga, nos ata, nos llena de rencor y de fastidio, va devorando uno a uno los días anteriores, los que fueron hermosos.

Sólo espero que en algún momento aparezca, por azar, extraviado en un bolsillo, confundido con otros objetos. Entonces será un gordo, enlutado, sucio y polvoriento punto final, a destiempo, como el que colocan los escritores noveles.

Explicación del cuento

En este cuento examina la flexibilidad de las relaciones en el mundo moderno, relaciones que se caracterizan por ser pasajeras y fugaces. 


A continuación, podéis leer el cuento para pensar de Silvina Ocampo (1903 - 1993) y su explicación. Fue una escritora argentina que ha logrado reconocimiento póstumo, ya que durante mucho tiempo estuvo bajo la sombra de su marido, de su amigo (Jorge Luis Borges) y su hermana (Victoria Ocampo), personajes destacados en el desarrollo intelectual bonaerense.

 

Los libros voladores- Silvina Ocampo

Había muchos libros en aquella casa, tantos que nadie pudo contarlos, porque todos los días aparecían nuevos ejemplares que se alojaban en los anaqueles sin que supieran quién los traía ni dónde estarían. Pero de noche los libros seguramente se levantaban, cambiaban de sitio o se juntaban para parecer más numerosos. Entonces yo, con una curiosidad ridícula, resolví mirarlos en la tenue oscuridad, para ver en el silencio si se movían, en cuanto empecé a sospechar. ¿Qué pasaba con esos libros de noche, cuando el sol se acostaba, los sonidos de la calle morían meticulosamente y las hojas, que no eran hojas sino páginas, se movían con rumores de alas y de nidos en los estantes? A mi hermano le gusta jugar con ellos, pero papá dice que es un pecado y me mira a mí.

Yo tenía cinco años, mi hermano siete, y el resto de la casa eran personas mayores. En lugar de mesitas teníamos libros apilados; en lugar de banquitos, sillones, sofás o sillas, teníamos libros y, en lugar de tener la ropa y los zapatos en los roperos, teníamos libros dentro de los roperos. Todo el mundo cree que somos desordenados y no se equivocan. Llegó un momento en que ni siquiera la cocina sirvió para cocinar. En una mesa de libros pusieron un calentador para hacer distintos platos, aunque ya el gusto por la cocina se había perdido.

Me contaron que en una oportunidad unos hombres resolvieron asaltar la casa, viéndola de afuera tan linda, pero no pudieron llegar a la cocina, donde creyeron que sería fácil entrar, ya que en el camino varios libros se habían subido los unos sobre los otros, formando una barricada. No podían imaginar otra manera de asaltar una casa tan impenetrable y se fueron diciendo malas palabras con los más horribles puntapiés que propinaron a cuanto libro encontraron: grandes, chicos, de papel de Biblia, de papel de arroz, de papel de diario, de papel de tornasol, de papel de pluma, de estraza, de madera, de tisú, de papel grueso y ordinario para niños. Yo contemplé el desastre cerrando los ojos, pensando qué había retenido de esos libros y tratando de contener las lágrimas, que parecían de papel, ya secas en las mejillas.

Fue entonces cuando nuestros padres resolvieron que nos mudáramos de casa y nos instalamos en un departamento, con jardín. Porque éramos ambiciosos regalamos los libros para una biblioteca que llevaría nuestro nombre. Pero todo era un engaño para entusiasmarnos.

Dormí tranquilamente la primera y la segunda noche en la nueva casa. Habían comprado algunos libros lindos, llenos de figuras, un diccionario en ocho volúmenes, muy raro, con árboles y flores, y animales de todos los colores y de todas las razas. Yo pensaba que esos libros no ocuparían lugar. Entonces me dediqué a mirarlos con mayor interés. No salía a pasear, ni iba al cine para mirarlos, para imaginar qué pensarían al ver cómo yo los colocaba en los desvanes de la casa, en los lugares más solitarios y vacíos. ¿Dónde estarían los libros pornográficos? Eso me preocupaba un poco.

El tiempo fue pasando. Yo apenas lo sentí. Cómo podía imaginar que en tan poco tiempo se acumularía un mundo de libros, todos idénticos a los anteriores, con las mismas tapas, las mismas primeras hojas, las mismas enormes, resignadas apariencias. No podía creer que el tiempo, tan ingenioso, hubiera pasado y que me viera preso en un mundo idéntico al anterior y acorralado de nuevo en una desordenada biblioteca. Siempre hay que temer las ocurrencias del tiempo. Desde mi nacimiento lo sentí. Vi plantas, almohadones, lámparas verdes que en la otra casa no había. Vi un cupido de mármol, con sombrero de paja, luchando contra el viento, con los pies desnudos, pero los mismos libros grises, azules, colorados, violetas estaban. ¡Yo no sé qué decir de este milagro! ¿Cómo pasó el tiempo? El tiempo pasa sin hacerse ver, me dijo mi tía; sólo deja líneas en la cara y pelo blanco en la cabeza. Habría que nombrar detectives no sólo para los crímenes, sino para muchas otras cosas: para vigilar a los médicos y a sus enfermos, para vigilar el tiempo y a sus víctimas, para vigilar la vida clandestina de los libros. Yo no sirvo para vigilar el movimiento de cosas tan precisas. ¿Quién dirá que estos libros quieren vivir? A mí me están matando. La vida está en ellos. Parece que vivieran como si todo fuera a redimirlos.

La casa ya tiene muebles hechos con libros: una repisa, una ensaladera de libros, un reclinatorio de libros, una cama de libros. Ya progresó el mundo, desaparecen los colores; la luz intensa del amanecer no es la misma. Tengo en mis manos un libro. Tiene voces, no tiene letras. Nunca se me ocurrió quedarme en éxtasis oyéndolas. ¿Moriré porque los libros de pronto hablan sólo de muertes o de crímenes? A veces escucho las voces de dos libros que se mezclaron. Son voces angélicas: una es la voz de un Narciso, me dijo un amigo, que abraza el agua, toda la largura del agua; era un loco, se enamoraba de sí mismo; otra, la voz contraria de san Gabriel, que abraza el mundo. Y creo que podré vivir, pero no sé si es verdad o si será verdad.

Lo más incongruente o dramático de todo fue cuando los libros se unieron. Me llamaba la atención la posición que adoptaron algunos. No se separaban. A cualquier hora estaban juntos. Recuerdo que aparecieron unos libros chiquitos, tan chiquitos que eran ilegibles. Estaban Baudelaire, Rimbaud, Racine, Verlaine y algunos pensamientos de Pascal. Inmediatamente imaginé que eran los hijos de nuestros libros, sin descartar la idea de la copulación, tan importante. Traté de reunir algún libro y mezclarlo con el que tenía al lado, pero era muy largo de hacer y además resultaba casi imposible. Sin embargo, traté de olvidar esta idea absurda que se me había ocurrido. ¿Realmente los libros copulaban o se me había ocurrido a mí dentro de todos los argumentos que siempre me perseguían? Fue entonces cuando mi padre buscó a un psicoanalista para que me analizara.
Yo tendría siete años, la idea le parecía demasiado inocente y complicada, casi peligrosa. Mezclé a escritores de diferentes épocas o edades; resultaron muy pintorescos, pero nunca salió un recién nacido de estas mezcolanzas, ni nada que pudiera parecerse a la realidad. Tuve que admitir que me había equivocado y renunciar a mi fantasía. ¡Yo era demasiado chico!
Un día el cielo se llenó de nubes y la casa estaba a oscuras. Iluminados por relámpagos los libros no cesaban de aumentar; hablaban, discutían con fervor, con esa tremenda voz que tienen las personas cuando se enojan. No puedo decir que tuve miedo. No podía sentir miedo ante semejante disparate. ¿Estaría soñando? Nunca siento que sueño cuando ocurre algo anómalo. Siento que me he vuelto loco o que el mundo ya no es el mismo y me someto a cualquier tipo de resignación o de fervor. Vi que los libros se movían, que la agitación era profunda como en las manifestaciones políticas. Comprendí que algo terrible sucedía. Me acerqué a dos libros que estaban moviendo las primeras páginas con pasión. Hablaban de suicidio colectivo. Se acercaban a las ventanas más altas de la casa. Sin mirar por donde avanzaban, tropezaban con las sillas, de donde caían libros tras libros, y finalmente retomaban sus verdaderas posiciones, volviendo a los anaqueles. Entonces, muy entrada ya la noche, empezaron a caer de los balcones los libros, tan infinitos que nadie podía contarlos. Yo trataba de salvarlos, en vano. Miles y miles cayeron, grandes y chicos, con tapas gruesas y blandas. Me asomé a mirarlos desde arriba. De pronto sentí que morían. Montones de libros en el suelo, sobre flores caídas, sobre el barro, en todas partes, hasta que el último que vi comenzó a volar como un extraño pájaro, y así uno tras otro, hasta que el cielo se cubrió de una extraña nube. Bajé a la calle. El pueblo se había reunido para ver la nube de libros voladores. Vieron también otro montón de libros sin alas, en el suelo, y eran tal vez más numerosos que los anteriores, como aquellos que volaban con tanto alborozo. Alguien preguntó:

—¿Y estos libros? —Son los libros que nadie supo escribir. —¿Alguien pudo leerlos?

—Nadie supo leerlos. Fue como si empezaran a leer. Por eso los quemaron. Hicieron grandes fogatas de libros.

—¿Por qué no sabían escribir aquellos que los escribieron?

—No sabían lo que era un adjetivo ni un verbo ni un pronombre.

—Pero algo tenían que decir.

—Eso no bastaba. Tenían que escribirlo de un modo lógico, de un modo claro, de un modo perfecto.

Todo había cambiado; los buenos libros no servían. Lo atribuyeron a causas políticas. Servían como cajas de bombones cuando venían las polillas, ¿cómo matarlas sin matar los libros?

—¿Es tan difícil escribir? ¿Más difícil que vivir?

—Menos arduo pero más difícil.

—¿Más divertido? ¿Menos real? ¿Menos cierto?

—Hay que conformarse. Vamos a ver qué hacemos con los libros que quedan, porque ya la casa vuelve a llenarse de libros. No son perros, no basta decirles «fuera de aquí». Nunca se van ni se irán. ¿Acaso se acostumbraron?

Pero ahora existe la televisión. Nuestra casa se llenó de cassettes. ¡Es lo único que faltaba! Yo defiendo los libros hasta la muerte. Dejaré de ser chico, seré grande y llevaré bajo el brazo un libro. ¡Es tan decorativo! ¡Tan cómodo! Si alguien me pregunta ¿qué haces?, contesto: Estoy leyendo. ¿Tenés los ojos bajo el brazo? Idiota.

Explicación del cuento

El cuento es una especie de elegía a los libros que con sus historias parecen encerrar vida real dentro de sí. Aunque con el tiempo puedan ser reemplazados por la televisión, destaca la importancia de la lectura como un elemento importante y vital para el ser humano.

 

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