Uno de los mejores cuentos de Hermann Hesse
A
continuación, te presento uno de los mejores cuentos de Hermann Hesse, El
lobo, junto con un resumen y su análisis. Si deseas escuchar este cuento,
puedes hacerlo en mi canal de YouTube. Carla Narraciones. Personalmente,
considero que este cuento es una auténtica maravilla. Además, el lobo, en
particular, es uno de los animales que más admiro, tanto por su imponente
belleza como por su extraordinaria capacidad de adaptarse a entornos difíciles.
El lobo
Nunca
antes las montañas francesas habían sufrido un invierno tan frío y largo. Hacía
semanas que el aire se mantenía claro, áspero y helado. Durante el día, los
grandes campos de nieve, color blanco mate, yacían inclinados e interminables
bajo el cielo estridentemente azul; de noche los atravesaba la luna, pequeña y
clara, una luna helada, furibunda, con un brillo amarillento cuya luz fuerte se
volvía azul y sorda sobre la nieve, y que parecía la escarcha en persona. Los
seres humanos evitaban todos los caminos y, sobre todo, las alturas; apáticos y
maldiciendo, permanecían en las cabañas, cuyas ventanas rojas, de noche,
aparecían empañadas y turbias junto a la luz azul de la luna, y se apagaban
pronto.
Fue
un tiempo difícil para los animales de la zona. Los más pequeños murieron
congelados en grandes cantidades; también los pájaros sucumbieron a la helada,
y sus cadáveres enjutos se convirtieron en botín de águilas y lobos. Pero aún
estos sufrían terriblemente de frío y de hambre. Solo unas pocas familias de
lobos vivían allí, y la necesidad las empujó hacia una unión más fuerte.
Durante el día salían solos. Aquí y allá, uno de ellos cruzaba la nieve, flaco,
hambriento y vigilante, silencioso y temeroso como un fantasma. Su sombra
delgada se deslizaba a su lado sobre la superficie nevada. Levantaba el hocico
puntiagudo en el viento y de vez en cuando emitía un llanto seco, tortuoso.
Pero de noche salían todos juntos y rodeaban los pueblos con aullidos roncos.
Allí estaban un buen resguardo el ganado y las aves, y detrás de los postigos
se apoyaban las escopetas. En escasas ocasiones les tocaba una presa menor, por
ejemplo un perro, y ya habían sido muertos dos lobos de la manada.
La
helada persistía. Muchas veces los lobos se echan juntos, en silencio y
pensativos, calentándose uno contra el otro, y escuchaban acongojados el vacío
mortal que los rodeaba, hasta que uno, martirizado por los maltratos espantosos
del hambre, pegaba de pronto un salto con un alarido terrorífico. . Entonces
todos los demás dirigieron sus hocicos hacia él, temblaban, y rompían al
unísono en un aullido terrible, amenazador y quejumbroso.
Por
fin la parte más chica de la manada decidió partir. Abandonaron sus madrigueras
al despuntar el alba, se reunieron y olisquearon excitados y temerosos el aire
helado. Luego partieron al trote, rápido y con un ritmo parejo. Los que
quedaron atrás los miraron con ojos muy abiertos y vidriosos, los siguieron una
docena de pasos, se detuvieron indecisos y desorientados, y regresaron
lentamente a sus cuevas vacías.
Los
emigrantes se separaron al mediodía. Tres de ellos se dirigieron hacia el
oeste, a los montes del Jura suizo; los otros siguieron hacia el sur. Los tres
primeros eran animales hermosos, fuertes, pero terriblemente flaco. El estómago
de color claro, combinado hacia dentro, era delgado como una correa; en el
pecho se destacaban tristemente las costillas; las bocas estaban secas y los
ojos abiertos y desesperados. De tres en tres se internaron lejos en los
montes; al segundo día cazaron un carnero, al tercero, un perro y un potrillo,
y fueron perseguidos en todas partes por los campesinos furiosos. En la zona,
rica en pueblos y ciudades, se diseminó el miedo y el temor ante los invasores
desacostumbrados. La gente armó los trineos del correo; nadie iba de un pueblo
a otro sin su arma. En esa zona desconocida, tras tan buen botón, los tres
animales s e sintieron a la vez temerosos ya gusto; se volvieron más
arriesgados de lo que jamás habían sido en casa, y asaltaron el corral de una
granja a plena luz del día. Mugidos de vacas, crujido de listas de madera que
se partían, sonido de cascos y una respiración caliente, jadeante, llenaron el
ambiente angosto y cálido. Pero esta vez interfirieron los humanos. Habían
puesto un precio a la cabeza de los lobos, lo que duplicó el coraje de los
granjeros. Mataron a dos de ellos: a uno le perforó el cuello una bala de
escopeta, el otro fue muerto con un hacha. El tercero escapó y corrió hasta que
se desplomó sobre la nieve, casi muerto. Era el más joven y hermoso de los
lobos, un animal orgulloso con formas armónicas y una fuerza imponente. Durante
un rato largo quedó echado, jadeando. Delante de sus ojos se arremolinaban
círculos rojos y sanguinolentos, y de vez en cuando emitía un quejido silbante,
doloroso. Un hachazo le había dado en el lomo. Pero se recuperó y pudo volver a
levantarse. Solo entonces vio cuán lejos había corrido. En ningún lado podía
verse personas o casas. Delante de él se encontró una montaña imponente,
Nevada. Era el Chasseral. Decidió rodearlo. Atormentado por la semilla, comió
pequeños pedazos de la corteza congelada y dura que cubría la nieve.
Más
allá de la montaña se topó de inmediato con un pueblo. Estaba anocheciendo.
Esperaba en un tupido bosque de pinos. Luego rodeó con cuidado los cercos de
los jardines, persiguiendo el olor de los establos tibios. No había nadie en la
calle. Arisco y anhelante, espió por entre las casas. Entonces sonó un disparo.
Levantó la cabeza hacia lo alto y se dispuso a correr, cuando ya estalló el
segundo tiro. Le habían dado. El costado de su abdomen blancuzco estaba
manchado de sangre, que caía a goterones. A pesar de todo, logró escapar con
unos grandes saltos y alcanzar el bosque más alejado de la montaña. Allí esperó
un instante, atento, y oyó voces y pasos provenientes de varios lados.
Temeroso, miró hacia la montaña. Era escarpada, boscosa y difícil de trepar.
Pero no tenía opción. Con respiración agitada escaló la pared empinada mientras
que abajo, a lo largo de la montaña, avanzaba una confusión de insultos,
órdenes y luces de linternas. El lobo herido trepó temblando a través del
bosque de pinos, casi a oscuras, mientras la sangre marrón corría despacio por
su costado.
El
frío había cedido. Al oeste, el cielo estabas brumoso y parecía prometer nieve.
Por
fin el animal, agotado, alcanzó la cima. Ahora se encontraba sobre un gran
campo de nieve, levemente inclinado, cerca de Mont Crosin, muy por encima del
pueblo del que había escapado. No sentí hambre, pero sí un dolor turbio y
punzante en las heridas. Un ladrido seco y enfermo nació de su hocico
entregado; su corazón latía pesado y dolorido, y el lobo sentía que la mano de
la muerte lo presionaba como una carga indescriptiblemente pesada. Un pino
aislado, de ramas anchas, lo atrajo; Allí se sentó y clavó sus ojos perdidos en
la noche gris de nieve. Pasó media hora. Una luz roja y apagada cayó sobre la
nieve, extraña y blanda. El lobo se levantó con un quejido y dirigió su cabeza
hermosa hacia la luz. Era la luna, que se levantaba por el sudoeste, gigantesca
y color rojo sangre, y subía lentamente por el cielo cubierto. Hacía muchas
semanas que no se la había visto tan roja y grande. El ojo del animal moribundo
se aferraba con tristeza al astro opaco, y en la noche volvió a oírse un
estertor débil, doloroso y ronco.
Un
poco más tarde surgieron luces y pasos. Campesinos con abrigos horribles,
cazadores y muchachos jóvenes con gorros de piel y botas toscas avanzaban por
la nieve. Se oyeron gritos de alegría. Habían descubierto al lobo moribundo, le
dispararon dos tiros y ambos fallaron. Entonces vieron que el animal ya estaba
a punto de fallar y se le echaron encima con palos y garrotes. Él ya no los
sintió.
Lo
arrastraron hacia abajo, a Sankt Immer, con los miembros quebrados. Reían,
alardeaban, se alegraban por el aguardiente y el café que bebían, cantaban,
maldecían. Ninguno vio la belleza del bosque nevado, ni el brillo de la alta
meseta, ni la luna roja que colgaba sobre el Chasseral y cuya luz débil se
reflejaba en los cañones de las escopetas, en los cristales de nieve y en los
ojos quebrados del lobo. muerto.
Hermann Hesse
Hermann
Karl Hesse fue un escritor, poeta, novelista y pintor alemán, nacionalizado
suizo en 1924, ganador del Premio Nobel de Literatura en 1946. Aquí, puedes
leer su biografía y encontrar otros cuentos de este autor.
Resumen
El
cuento de Hermann Hesse, El lobo, narra la lucha de una manada de lobos
por sobrevivir durante un invierno implacable en las montañas francesas. Ante
el hambre y el frío, tres lobos emigran a tierras humanas en busca de alimento,
enfrentándose a la persecución y la hostilidad de los campesinos. Finalmente,
solo uno sobrevive, herido y debilitado, contemplando la luna roja antes de ser
cazado y abatido por los hombres.
Análisis del cuento
El
cuento "El lobo" de Hermann Hesse simboliza la lucha solitaria y
desesperada por la supervivencia frente a las fuerzas implacables de la
naturaleza y la humanidad. A través de la figura del lobo, Hesse explora temas
como la soledad, la dignidad ante la muerte y la desconexión del ser humano con
la naturaleza, destacando la indiferencia humana ante la belleza y el
sufrimiento de otros seres vivos. La luna roja y el entorno helado subrayan la
tragedia existencial del lobo, mientras los campesinos representan la
brutalidad y la falta de empatía en el mundo.
Cuentos en Youtube
Si
te gusta este género literario, te recomiendo Modesta Gómez, un cuento de
Rosario Castellanos.
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