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martes, 7 de enero de 2025

Cuento con valores y sabiduría de Rubén Darío

Cuento para adultos de Rubén Darío

A continuación, me gustaría presentarte un cuento lleno de valores y sabiduría, un cuento para adultos de Rubén Darío, La canción del oro. Además, incluye un resumen del cuento y su análisis. Sin embargo, si prefieres escuchar este cuento para adultos, te invito a visitar mi canal de YouTube, Carla Narraciones, donde podrás disfrutar de su narración.


Resumen de La canción del oro de Rubén Darío

El cuento narra la llegada de un mendigo, que podría ser también un poeta, a una calle llena de palacios y riqueza, símbolo de la opulencia y el lujo. Desde su humilde perspectiva, observe el contraste entre la vida de los ricos, llena de comodidades y esplendor, y la miseria en la que viven los pobres, como él.

Inspirado por su sufrimiento y el de los marginados, el mendigo compone un himno irónico al oro. En este canto, exalta el poder del dinero como si fuera un dios omnipotente, capaz de otorgar todo: riqueza, placer, poder, pero también hipocresía y corrupción. Su cántico es a la vez una crítica mordaz al materialismo ya las desigu

Al final, a pesar de su pobreza, el mendigo muestra un gesto de humanidad al darle su último pedazo de pan a una anciana necesitada antes de marcharse, murmurando entre dientes. Este acto de generosidad contrasta con el mundo frío y egoísta que critica, resaltando el valor de la compasión frente a la avaricia del oro.

 

La canción del oro

Aquel día, un harapiento, por las trazas un mendigo, tal vez un peregrino, quizá un poeta, llegó, bajo la sombra de los altos álamos, a la gran calle de los palacios, donde hay desafíos de soberbia entre el ónix y el pórfido, el ágata y el mármol; en donde las altas columnas, los hermosos frisos, las cópulas doradas, reciben la caricia pálida del sol moribundo.

Había tras los vidrios de las ventanas, en los vastos edificios de la riqueza, rostros de mujeres gallardas o de niños encantadores. Tras las rejas se adivinaban extensos jardines, grandes verdores salpicados de rosas y ramas que se balanceaban acompasada y blandamente como bajo la ley de un ritmo. Y allá en los grandes salones, debía de estar el tapiz purpurado y lleno de oro, la blanca estatua, el bronce chino, el tibor cubierto de campos azules y de arrozales tupidos, la gran cortina recogida como una falda, ornada de flores opulentas, donde el ocre oriental hace vibrar la que ríe mostrando sus teclas como una linda dentadura; y las arañas cristalinas, donde alzan las velas profusas la aristocracia de su blanca cera. ¡Oh, y más allá! Más allá el cuadro valioso, dorado por el tiempo, el retrato que firma Durand o Bounat, y las preciosas acuarelas en que el tono rosado parece que emerge de un cielo puro y envuelve en una onda dulce desde el lejano horizonte hasta la hiedra trémula y humilde. Y más allá...

(Muere la tarde. Llega a las puertas del palacio un carruaje flamante y charolado. Baja una pareja y entra con tal soberbia en la mansión, que el mendigo piensa, decididamente, el aguilucho y su hembra van al nido. El tronco, ruidoso y azogado, a un golpe de látigo, arrastra el carruaje haciendo relampaguear las piedras. Noche.)

 

Entonces en aquel cerebro de loco, que ocultaba un sombrero raído, brotó como un germen de una idea que pasó al pecho, y fué opresión, y llegó a la boca hecho himno que le encendía la lengua y hacía entrechocar los dientes. Fué la visión de todos los mendigos, de todos los suicidas, de todos los borrachos, del harapo y de la llaga, de todos los que viven—¡Dios mío!—en perpetua noche, tanteando la sombra, cayendo al abismo, por no tener un mendrugo para llenar el estómago. Y después la turba feliz, el lecho blando, la trufa y el áureo vino que hierve, el raso y muaré que con su roce ríen; el novio rubio y la novia morena cubierta de pedrería y blonda; y el gran reloj que la suerte tiene para medir la vida de los felices opulentos, que, en vez de granos de arena, deja caer escudos de oro.

 

Aquella especie de poeta sonrió; pero su faz tenía aire dantesco. Sacó de su bolsillo un pan moreno, comió y dio al viento su himno. Nada más cruel que aquel canto tras el mordisco.

 

¡Cantemos el oro!

 

Cantemos el oro, rey del mundo, que lleva dicha y luz por donde va, como los fragmentos de un sol despedazado.

 

Cantemos el oro, que nace del vientre fecundo de la madre tierra; inmenso tesoro, leche rubia de esa ubre gigantesca.

 

Cantemos el oro, río caudaloso, fuente de la vida, que hace jóvenes y bellos a los que se bañan en sus corrientes maravillosas, y envejece a aquellos que no gozan de sus raudales.

 

Cantemos el oro, porque de él se hacen las tiaras de los pontífices, las coronas de los reyes y los cetros imperiales; y porque se derrama por los mantos como un fuego sólido, e munda las capas de los arzobispos, y refulge en los altares y sostiene al Dios eterno en las custodias radiantes.

 

Cantemos el oro, porque podemos ser unos perdidos, y él nos pone mamparas para cubrir las locuras abyectas de la taberna y las vergüenzas de las alcobas adúlteras.

 

Cantemos el oro, porque al saltar del cuño lleva en su disco el perfil soberbio de los césares; y va a repletar las cajas de sus vastos templos, los bancos, y mueve las máquinas, y da la vida, y hace engordar los tocinos privilegiados.

 

Cantemos el oro, porque él da los palacios y los carruajes, los vestidos a la moda, y los frescos senos de las mujeres garridas; y las genuflexiones de espinazos aduladores y las muecas de los labios eternamente sonrientes.

 

Cantemos el oro, padre del pan.

 

Cantemos el oro, porque es en las orejas de las lindas damas, sostenedor del rocío del diamante, al extremo de tan sonrosado y bello caracol; porque en los pechos siente el latido de los corazones, y en las manos a veces es símbolo de amor y de santa promesa.

 

Cantemos el oro, porque tapa las bocas que nos insultan; detiene las manos que nos amenazan, y pone vendas a los pillos que nos sirven.

 

Cantemos el oro, porque su voz es música encantada; porque es heroico y luce en las corazas de los héroes homéricos, y en las sandalias de las diosas y en los coturnos trágicos y en las manzanas del Jardín de las Hespérides.

 

Cantemos el oro, porque de él son las cuerdas de las grandes liras, la cabellera de las más tiernas amadas, los granos de la espiga y el peplo que al levantarse viste la olímpica aurora.

 

Cantemos el oro, premio y gloria del trabajador y pasto del bandido.

 

Cantemos el oro, que cruza por el carnaval del mundo, disfrazado de papel, de plata, de cobre y hasta de plomo.

 

Cantemos el oro, amarillo como la muerte.

 

Cantemos el oro, calificado de vil por los hambrientos; hermano del carbón, oro negro que incuba el diamante; rey de la mina, donde el hombre lucha y la roca se desgarra; poderoso en el poniente, donde se tiñe en sangre; carne de ídolo, tela de que Fidias hace el traje de Minerva.

 

Cantemos el oro, en el arnés del caballo, en el carro de guerra, en el puño de la espada, en el lauro que ciñe cabezas luminosas, en la copa del festín dionisíaco, en el alfiler que hiere el seno de la esclava, en el rayo del astro y en el champaña que burbujea como una disolución de topacios hirvientes.

 

Cantemos el oro, porque nos hace gentiles, educados y pulcros.

 

Cantemos el oro, porque es la piedra de toque de toda amistad.

 

Cantemos el oro, purificado por el fuego, como el hombre por el sufrimiento; mordido por la lima como el hombre por la envidia; golpeado por el martillo, como el hombre por la necesidad; realzado por el estuche de seda como el hombre por el palacio de mármol.

 

Cantemos el oro, esclavo, despreciado por Jerónimo, arrojado por Antonio, vilipendiado por Macario, humillado por Hilarión, maldecido por Pablo el Ermitaño, quien tenía por alcázar una cueva bronca, y por amigos las estrellas de la noche, los pájaros del alba y las fieras hirsutas y salvajes del yermo.

 

Cantemos el oro, dios becerro, tuétano de roca misterioso y callado en su entraña, y bullicioso cuando brota a pleno sol y a toda vida, sonante como un coro de tímpanos; feto de astros, residuo de luz, encarnación de éter.

 

Cantemos el oro, hecho sol, enamorado de la noche, cuya camisa de crespón riega de estrellas brillantes, después del último beso como con una gran muchedumbre de libras esterlinas.

 

¡Eh, miserables beodos, pobres de solemnidad, prostitutas, mendigos, vagos, rateros, bandidos, pordioseros peregrinos, y vosotros los desterrados, y vosotros los holgazanes, y sobre todo, vosotros, oh poetas!

 

¡Unámonos a los felices, a los poderosos, a los banqueros, a los semidioses de la tierra!

 

¡Cantemos el oro!

 

Y el eco se llevó aquel himno, mezcla de gemido, ditirambo y carcajada; y como ya la noche obscura y fría había entrado, el eco resonaba en las tinieblas.

 

Pasó una vieja y pidió limosna.

 

Y aquella especie de harapiento, por las trazas un mendigo, tal vez un peregrino, quizá un poeta, le dió su último mendrugo de pan petrificado, y se marchó por la terrible sombra, rezongando entre dientes.

 

 

Análisis del cuento


La crítica a la desigualdad social

El cuento empieza describiendo la riqueza y el lujo de "la gran calle de los palacios". A través de imágenes detalladas y sensoriales, Darío presenta el contraste entre el esplendor de los ricos y la precariedad del mendigo, quien observa todo desde afuera, excluido. Asimismo, el mendigo es un símbolo de la pobreza y el sufrimiento humano, que experimenta una revelación amarga y que lo lleva a pronunciar un cántico irónico sobre el oro y el poder.

La ironía

La figura del mendigo-poeta muestra un aire dantesco, una especie de profeta en la sombra que lanza su mensaje al viento, consciente de que sus palabras probablemente no cambiarán nada. Sin embargo, su acto final —darle su último mendrugo de pan a una anciana necesitada—pone en evidencia la compasión y humanidad del protagonista del cuento.

La ironía también se manifiesta en la descripción de los "felices y poderosos" que, pese a su aparente opulencia, son retratados como vacíos y carentes de verdadera humanidad.


El simbolismo del pan y el oro

El pan, un símbolo básico de sustento y vida, es lo único que el mendigo tiene para ofrecer, y sin embargo, lo comparte desinteresadamente. Este acto representa una crítica directa a la avaricia de los ricos, que acumulan oro mientras ignoran las necesidades.

El oro, en cambio, se presenta como un ídolo falso, responsable de las mayores desigualdades, que corrompe y deshumaniza a quienes lo


Interpretación

El cuento denuncia cómo el oro (o el dinero) se convierte en el centro de la vida moderna, mientras las verdaderas necesidades humanas —la solidaridad, la empatía— quedan relegadas. El escritor utiliza el sarcasmo y la exageración para evidenciar la frivolidad y vacuidad de la idolatría al oro, contrastándola con la dignidad y humanidad de quienes, pese a su pobreza, aún son capaces de gestos generosos. Quizá, sea un lamento por el vacío moral de una sociedad obsesionada con la riqueza material. Al final, el acto del mendigo —dar su último pan— es un símbolo de resistencia ética frente a un sistema deshumanizado, un recordatorio de que la verdadera riqueza reside en la capacidad de compartir y de cuidar a los demás. 


Cuentos en YouTube

Si te gustan los cuentos, te recomiendo el mejor cuento de Leonora Carrington. Este cuento para adultos puedes escucharlo en Youtube

 

viernes, 24 de septiembre de 2021

Cuentos cortos de Rubén Darío

 

El nicaragüense Rubén Darío fue uno de los poetas hispanoamericanos que más revolucionó con su poesía el ritmo del verso castellano. Además, con él empezó la corriente modernista, siendo él mismo el principal promotor de esta. El nombre real de este escritor era Félix Rubén García Sarmiento, pero tomó el apellido de Darío porque era con el apodo que se conocía a su padre.

 

Rubén Darío

Nació el 18 de enero del año 1867 en San Pedro Metapa, llamada hoy en día Ciudad Darío (Nicaragua). Sus padres eran José Manuel García Rojas y Rosa Sarmiento Alemán, pareja que se separó poco tiempo después de nacer su hijo, quien fue criado por sus tíos. . Su vida no fue nada sencilla, ya que creció en torno a un conjunto de desavenencias familiares que lo llevaron a evadirse en la escritura. Rubén empezó a escribir por costumbre, demostrando una gran facilidad a la hora de componer versos con ritmos y recitarlos.

Sus primeros pasos literarios los dio colaborando en diversas revistas. En su primera etapa fue influido por los parnasianos y los simbolistas franceses, quienes le son introducidos por el poeta Francisco Gavidia. “Azul” (1889), una obra que escribió en su estancia en Valparaíso (Chile), le concedió una gran popularidad entre toda la comunidad de escritores de habla hispana, convirtiéndose en la figura máxima del modernismo, además de destacar por cuentos varios de ellos de corte fantástico.

En el año 1890 contrajo matrimonio con Rafaela Contreras, con quien tuvo a su hijo, aunque, en 1893 después del fallecimiento de su esposa, se casó con Rosario Murillo Rivas, una mujer a la que no quiso nunca. Aun así, con Rosario, Rubén tuvo a su hijo Darío, fallecido poco después de su nacimiento en 1894.

Otro aspecto a destacar, fue su colaboración en diferentes periódicos que, finalmente, le llevó a establecerse en España al ser nombrado representante diplomático de Nicaragua en Madrid. Esto ayudó a influir notablemente en los jóvenes poetas españoles y que conociera a Francisca Sánchez del Pozo, una campesina de la que Rubén se enamoró perdidamente, convirtiéndose en el gran amor de su vida. Con ella tuvo tres hijos: Carmen (fallecida a los nueve meses a causa de una viruela), Rubén, llamado familiarmente Phocás (muerto a los dos años de neumonía), y Rubén, llamado por sus padres Güicho.

Finalmente, Rubén Darío falleció el 6 de febrero de 1916, a los 49 años, en la ciudad nicaragüense de León a causa de problemas en el hígado derivados de su elevado consumo de alcohol. 

 

Cuentos cortos para adultos de Rubén Darío

En este audiolibro he escogido diversos cuentos considerados entre los mejores de este autor. Me ha asombrado su forma de escribir, rico en vocabulario y muy poético. Si os gustan los cuentos cortos, puedes escuchar cuentos cortos de Oscar Wilde. Espero que te guste estos cuentos cortos de Rubén Darío. No te olvides de dar un me gusta al video para apoyar el canal y suscribirte para recibir una notificación cada vez que suba un nuevo audiolibro.

 

 

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