Mirar con otros ojos
A continuación, te
presento un cuento con valores y sabiduría de Hermann Hesse: El cuento del sillón
de mimbre.
Este cuento para
adultos narra la historia de un joven artista que se
esfuerza por encontrar una forma de obtener reconocimiento. Comienza pintando
autorretratos, pero pronto los considera mediocres. Inspirado por un pintor
holandés que logró fama representando objetos cotidianos, decide dibujar el
sillón de mimbre que tiene en su habitación.
Sin embargo, el
intento resulta frustrante. El dibujo siempre se ve “torcido” o incorrecto, y
el joven no entiende por qué. En su desesperación, el sillón le habla y le dice
que lo que ve como defecto no es más que una cuestión de perspectiva. El joven,
lejos de reflexionar, se enfurece por no conseguir el resultado esperado. Se
rinde. Y considera que quizá la pintura no sea su camino, tal vez debería
dedicarse a escribir.
Al final, el sillón
permanece en silencio, decepcionado por no haber sido escuchado, por no haber
podido enseñarle algo esencial.
Este cuento puedes escucharlo en mi canal de YouTube, Carka Narraciones.
El autoengaño del artista
El protagonista no
busca realmente comprender, con el fin de mejorar su dibujo, sino ser
reconocido. No se sumerge en la esencia de las cosas. Olvida mirar con
profundidad el objeto que tiene ante sí, sin permitirse ver más allá de su
propia ambición. No le interesa el objeto (el sillón, la vida, los demás), sino
lo que él puede obtener de ellos. Además, su búsqueda artística, realmente está
basada en el deseo de validación externa más que en la necesidad interna de
expresión o entendimiento. En vez de transformar el arte en un camino hacia lo
real, lo convierte en un reflejo de su ego.
Otro aspecto
importante es la perspectiva como símbolo al despertar. El sillón de mimbre no
solo representa un objeto común, sino una oportunidad de ver la realidad desde
otro ángulo: con humildad, con atención, con sensibilidad, aunque el problema
no es el dibujo, sino su mirada. El sillón incluso se lo dice, pero el joven no
quiere escuchar. Prefiere frustrarse antes que aceptar que quizás él deba
cambiar y no el mundo que lo rodea. En mi opinión, Hesse nos plantea una
crítica a la ceguera espiritual, un orgullo disfrazado de sensibilidad
artística.
Asimismo, el sillón, simboliza la sabiduría que,
paciente y desapercibida, nos rodea. Representa
todo aquello que ignoramos por estar demasiado ocupados en nosotros mismos. No
es casual que el sillón le hable solo una vez; después, al ver que no será
escuchado, vuelve al silencio. Una metáfora de cómo la vida nos ofrece
enseñanzas todo el tiempo, pero si no estamos listos para verlas, o
escucharlas, simplemente las perdemos.
EL CUENTO DEL SILLÓN DE MIMBRE
Un
joven estaba sentado en su solitaria buhardilla. Le hubiese gustado llegar a
ser pintor; pero para ello debía superar algunas cosas bastante difíciles, y
para empezar vivía tranquilamente en su buhardilla, se iba haciendo -algo mayor
y había adquirido la costumbre de pasarse horas ante un pequeño espejo y
dibujar bocetos de autorretratos. Estos dibujos llenaban ya todo un cuaderno, y
algunos le habían complacido mucho. -Considerando que aún no poseo ninguna
preparación en absoluto -decía para sus adentros-, esta hoja me ha salido
francamente bien. Y qué arruga más interesante allí, junto a la nariz. Se nota
que tengo algo de pensador o cosa por el estilo. únicamente me falta bajar un
poquito más las comisuras de la boca, eso crea una impresión singular,
claramente melancólica. Sólo que al volver a contemplar los dibujos al cabo de
cierto tiempo, en general ya no le gustaban nada. Eso le incomodaba, pero
dedujo que se debía a que estaba progresando y cada vez se exigía más. La
relación del joven con su buhardilla y con las cosas que allí tenía no era de
las más deseables e íntimas, pero no obstante tampoco era mala. No les hacía
más ni menos injusticia de lo habitual entre la mayoría de la gente, a duras
penas las veía y las conocía poco.
En
ocasiones, cuando no acababa, una vez más, de lograr un autorretrato, leía
libros en los que trababa conocimiento con las experiencias de otros hombres
que, al igual que él, habían comenzado siendo jóvenes modestos y totalmente
desconocidos, y después habían llegado a ser muy famosos. Le gustaba leer esos
libros, y en ellos leía su futuro. Un día estaba sentado en casa, malhumorado
otra vez y deprimido, leyendo el relato de la vida de un pintor holandés muy
famoso. Leyó que ese pintor sufría una verdadera pasión, incluso un delirio,
que estaba absolutamente dominado por una urgencia de llegar a ser un buen
pintor. El joven pensó que ese pintor holandés se le parecía bastante. Al
proseguir la lectura fue descubriendo muchos detalles que muy poco tenían en
común con su propia experiencia. Entre otras cosas leyó que cuando hacía mal
tiempo y no era posible pintar al aire libre, ese holandés pintaba, con
tenacidad y lleno de pasión, todos los objetos sobre los que se posaba su
mirada, incluso los más insignificantes. Así, una vez había pintado un viejo
taburete desvencijado, un basto, burdo taburete de cocina campesina hecho de
madera ordinaria, con un asiento de paja trenzada bastante gastado. Con tanto
amor y tanta fe, con tanta pasión y tanta entrega había pintado el artista ese
taburete, el cual con toda certeza nunca hubiese merecido la atención de nadie
de no mediar esa circunstancia que había llegado a constituir uno de sus
cuadros más bellos. El escritor empleaba muchas palabras hermosas, incluso conmovedoras,
para describir ese taburete pintado. Llegado a ese punto, el lector se detuvo y
reflexionó. Había descubierto algo nuevo y debía intentarlo. Inmediatamente
-pues era un joven de determinaciones extraordinariamente rápidas- decidió
imitar el ejemplo de ese gran maestro y probar también ese camino hacia la fama
Echó
un vistazo a su buhardilla y advirtió que, de hecho, hasta entonces se había
fijado realmente muy poco en las cosas entre las cuales vivía. No logró
encontrar ningún taburete desvencijado con un asiento de paja trenzada, tampoco
había ningún par de zuecos; ello le afligió y le desanimo un instante y estuvo
a punto de sucederle lo de tantas otras veces, cuando la lectura del Mato de la
vida de los grandes hombres le había hecho desfallecer: entonces comprendió que
le faltaban y buscaba en vano precisamente todas esas menudencias e
inspiraciones y maravillosas providencias que de modo tan agradable intervenían
en la vida de aquellos otros. Pero pronto se recompuso y se hizo cargo de que
en ese momento era totalmente cosa suya emprender con tesón el duro camino
hacia la fama. Examinó todos los objetos de su cuartito y descubrió un sillón
de mimbre, que muy bien podría servirle de modelo. Acercó un poco el sillón con
el pie, afiló su lápiz de dibujante, apoyó el cuaderno de bocetos sobre la
rodilla y comenzó a dibujar. Consideró que la forma ya quedaba bastante bien
indicada con un par de ligeros trazos iniciales y, con rapidez y energía, pasó
a delinear el contorno con un par de trazos gruesos. Le cautivó una profunda
sombra triangular en un rincón, vigorosamente la reprodujo, y así fue tirando
adelante hasta que algo comenzó a estorbarle. Continuó aún un rato más, luego
levantó el cuaderno a cierta distancia y contempló su dibujo con ojo critico.
Entonces advirtió que el sillón de mimbre quedaba muy desfigurado.
Encolerizado,
añadió una línea, y después fijó una mirada furibunda sobre el sillón. Algo
fallaba. Eso le enfadó: -¡Maldito sillón de mimbre! -gritó con vehemencia 1 ¡en
mi vida había visto un bicho tan caprichoso! El sillón crujió un poco y replicó
serenamente: -¡Vamos, mírame! Soy como soy y ya no cambiaré. El pintor le dio
un puntapié. Entonces el sillón retrocedió y volvió a adquirir un aspecto
totalmente distinto. -¡Estúpido sillón -gritó el jovenzuelo-, todo lo tienes
torcido e inclinado! El sillón sonrió un poco y dijo con dulzura: -Eso es la
perspectiva, jovencito. Al oírlo, el joven gritó: -¡Perspectiva! -gritó
airado-. ¡Ahora este zafio sillón quiere dárselas de maestro! ¡La perspectiva
es asunto mío, no tuyo, no lo olvides! Con eso, el sillón no volvió a hablar.
El pintor se puso a recorrer enérgicamente el cuarto, hasta que abajo alguien
golpeó enfurecido. el techo con un palo. Ahí abajo vivía un anciano, un
estudioso, que no soportaba ningún ruido. El joven se sentó y volvió a ocuparse
de su último autorretrato. Pero no le gustó. Pensó que en realidad su aspecto
era más atractivo e interesante, y era cierto. Entonces quiso proseguir la
lectura de su libro. Pero seguía hablando de ese taburete de paja holandés y
eso le molestó. Le parecía que verdaderamente armaban demasiado alboroto por
ese taburete y que en realidad... El joven sacó su sombrero de artista y
decidió ir a dar una vuelta. Recordó que, en otra ocasión, mucho tiempo atrás,
ya le había llamado la atención cuán insatisfactoria resultaba la pintura. Sólo
deparaba molestias y desengaños y, por último, incluso el mejor pintor del
mundo sólo podía representar la simple superficie de las cosas. A fin de
cuentas ésa no era profesión adecuada para una persona amante de lo profundo.
Y, de nuevo, como ya tantas otras veces, consideró seriamente la idea de seguir
una vocación aún más temprana: mejor ser escritor. El sillón de mimbre quedó
olvidado en la buhardilla. Le dolió que su joven amo se hubiese marchado ya.
Había abrigado la esperanza de que por fin llegaría a entablarse entre ellos la
debida relación. Le hubiese gustado muchísimo decir una palabra de vez en
cuando, y sabía que podía enseñar bastantes cosas útiles a un joven. Pero,
desgraciadamente, todo se malogró.
En
definitiva, este cuento de Hermann Hesse no es sobre un joven que no sabe
dibujar, sino sobre alguien que aún no ha aprendido a ver. La
frustración del protagonista es la de quien quiere resultados sin
transformación. Y el sillón, en su silenciosa sabiduría, queda como testigo de
ese fracaso interior: el de quien no supo abrir los ojos.
Cuentos en YouTube
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