Cuento de Benedetti
A continuación,
te presento un cuento de Benedetti, Terapia de soledad. La protagonista del
cuento, Natalia, escribe una carta a su esposo desde un retiro en el campo,
donde ha buscado reencontrarse consigo misma en soledad. Reflexiona con humor y
ternura sobre el amor, la individualidad dentro del matrimonio y la importancia
de respetar los espacios personales. Al final, confiesa que lo extraña
profundamente y anuncia su regreso, renovada y deseosa de volver a estar con
él.
El
cuento transmite que el amor maduro incluye el respeto por la individualidad y
la necesidad de soledad personal. Estar solo no significa dejar de amar, sino
reencontrarse con uno mismo para fortalecer el vínculo con el otro. La
distancia, cuando es libremente elegida y comprendida, puede renovar el deseo,
la intimidad y el amor.
Este cuento puedes escucharlo en mi canal de YouTube, Carla Narraciones.
Terapia de soledad
Mario Benedetti
Querido
mío: Aquí estoy, en mi isla, que no es exactamente eso, ya que no está rodeada
de mar sino de vegetación, de árboles, de campo propiamente dicho. Pero es una
isla en un sentido espiritual. Aunque tampoco es eso, ya que estoy rodeada de
lejanas presencias y cercanas ausencias, del recuerdo de otros y de las
corrientes de mi propia memoria. ¿Te parezco complicada? Puede ser. Bien sabés
que de un tiempo a esta parte sentía la necesidad de aislarme, de reencontrarme
con mi soledad perdida (¡Marcel Proust viejo y peludo!). Por suerte lo
entendiste y te confieso que esa comprensión aumentó mi amor (y también mi
respeto) hacia vos. Estoy convencida de que el respeto por la soledad del ser
amado es una de las menos frecuentes, pero más entrañables formas del amor, ¿no
te parece?
Creo
que los diez años de bien llevado matrimonio precisaban de esta afirmación de
nuestras dos identidades. Es un regalo del destino que seamos tan distintos,
algo que nos habilita a descubrirnos casi a diario, a que cada uno celebre en
su fuero interno el hallazgo del otro. Esto de «fuero interno» siempre me ha
parecido una contradicción gastada, inadecuada e inútil. «Fuero» es tan
parecido a «fuera» (ya sé que vienen de etimologías distintas) e «interno» tan
cercano a «intimidad». Esa expresión, «fuero interno», ¿habrá querido expresar
en sus orígenes una intimidad hecha pública, volcada hacia fuera, o sea lo
contrario de lo que hoy significa?
Pero
retomo el hilo de mi sabia reflexión. Seré caótica pero no tarada. Una pregunta
indiscreta: ¿cómo te sentís sin mí? ¿Rodeado, como es habitual, de trabajo, de
amigos leales y desleales, y también de mujeres guapas y guapísimas? Dada esa
circunstancia, tendría buenos motivos para mis celos. Pero para mi condena, no
soy celosa. Ah, no te ilusiones, puedo serlo. Vos en cambio no tenés ninguna
razón para los celos, ya que aquí no estoy rodeada de hombres guapos, sino de
pinos, eucaliptus, ranas canoras, amaneceres y crepúsculos, y, en ocasiones, de
un silencio nocturno tan compacto que a veces me despierta y hasta me desvela,
tan habituados estamos al ruido enloquecedor, cercano o lejano, de las
ciudades. Sólo en algunos insomnios me acompañan los grillos, cuya monotonía
coral me los confirma como precursores del canto gregoriano. ¿No estarás celoso
de los grillos, verdad? Te aclaro que su pequeñez los hace invisibles, así que
ni siquiera sé si son guapos (como grillos, claro). Supongo que también entre ellos
habrá cánones de belleza; que habrá grillos equivalentes a Robert Redford y
otros feos como Peter Lorre.
Lo
cierto es que, dormida o despierta, he estado haciendo balance de mí misma. No
te voy a contar, por ahora, cuál es el saldo. Para hacerlo, tengo que decírtelo
en la cama, desnudo vos y desnuda yo, después de fornicar como Dios manda,
mirándote a los ojos para que esos ojos tuyos me vayan comunicando tu respuesta
o al menos tu comentario. Todavía creo (te lo dije hace mucho, cuando ya
vivíamos juntos pero no habíamos cometido el pecado venial de casarnos) que
nuestro mejor diálogo ha sido el de las miradas. Las palabras, consciente o
inconscientemente, a menudo mienten, pero los ojos nunca dejan de ser veraces.
Si alguna vez he pretendido mentir a alguien con la mirada, los párpados se me
caen, bajan espontáneamente su cortina protectora, y ahí se quedan hasta que yo
y mis ojos recuperamos la obligación de la verdad. Con las palabras todo es más
complejo, pero aun así, si las palabras tratan de engañar, los ojos suelen
desmentir a la boca.
Retomando
de nuevo el hilo conductor, te diré que la soledad es como un tónico y también
una cura de modestia. Un tónico porque, con tanto tiempo y espacio para
reflexionar, una va detectando qué sirve y qué no sirve en los recovecos del
alma propia. Y cura de modestia, porque en la estricta soledad no tienen cabida
los halagos fallutos, ni los mimos a la vanidad, ni siquiera (no es mi caso) el
perdón de los confesionarios.
Mi
soledad está además poblada de pájaros. Siempre he sido una analfabeta en
cuanto a ornitología, de modo que jamás pude ni podré diferenciar el canto de
una calandria del de un zorzal, el monólogo de un mirlo del de un jilguero, y
en este tramo de mi vida no pienso especializarme en ciencia pajarera, de modo
que he decidido ponerles nombres. Verbigracia: a uno de esos cantautores alados
lo llamo Fabricio; a otro, Segismundo; a otro, Venancio; a otro más, Rigoberto.
Lo cierto es que cuando los llamo por los nombres de mi particular
nomenclatura, ellos me responden con una parrafada de trinos.
…
Querido: retomo esta carta una semana después de la parrafada de trinos. Ya
llevo más de un mes en mi isla verde. Se me ocurre que ya he reflexionado lo
suficiente y además he empezado a extrañarte de una forma casi enfermiza. Así
como antes sentí la imperiosa necesidad de un aislamiento, ahora tengo una
añoranza terrible de tus manos, de tu boca, de tu abrazo, de tu cuerpo en fin.
Confío, compañero, que con estos conmovedores llamados no se le vaya a llenar
el tafanario (aclaro que este sinónimo de culo lo aprendí ayer) de papelitos,
eh.
Llegaré
el lunes. Te aviso con tiempo suficiente como para que desalojes de nuestra
confortable cama doble a cualquier intrusa y su cuerpo del delito. Te lo digo
en broma, claro. O no. Te lo digo en serio. A desalojar, a desalojar, con
música de Viglietti. Te anticipo que esta temporada de soledad me he vuelto muy
apetitosa. Besos y besos, de tu NATALIA.
Fuente: https://relatosycuentoscortos.wordpress.com/2021/09/03/terapia-de-soledad-mario-benedetti/
Cuentos para adultos
Si
te gustan los cuentos para adultos, te recomiendo un cuento de Hermann Hesse.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.