martes, 20 de mayo de 2025

2 cuentos breves de Elena Poniatowska

 

Cuentos breves para adultos 

A continuación, te presento dos cuentos para adultos de Elena Poniatowska: Estado de sitio y Esperanza número equivocado. Puedes escuchar este audiolibro en mi canal de YouTube, Carla Narraciones. 

Estado de sitio

En Estado de sitio, Elena Poniatowska narra la experiencia interior de una mujer que camina por la ciudad sintiéndose invisible para los demás. A pesar de su deseo profundo de conexión y reconocimiento, las personas a su alrededor no la ven, no responden a su presencia ni a sus súplicas silenciosas. La protagonista se enfrenta a una soledad abrumadora, convertida en un estado de sitio emocional, en el que la indiferencia de la sociedad refuerza su sensación de vacío y desaparición.

Este cuento de Poniatowska es una poderosa metáfora sobre la exclusión y la invisibilidad, de muchas personas en la sociedad contemporánea. A través de una prosa íntima y lírica, la autora retrata una subjetividad que grita por ser vista, amada y reconocida, pero que se enfrenta a una masa indiferente y deshumanizada. La ciudad se vuelve un espacio hostil, espejo del desierto interior de la narradora, donde la identidad se diluye frente a la indiferencia colectiva. El texto pone en evidencia cómo la falta de reconocimiento puede ser una forma de violencia, y cómo la necesidad de pertenecer y ser validado es profundamente humana.

Aunque, en mi opinión, muchas veces sentimos la necesidad de buscar la aprobación de los demás, y en realidad es importante reconocer que esa validación no debería depender de otras personas, sino de nosotros mismos. Vivimos en una sociedad que constantemente nos impulsa a compararnos, a cumplir con expectativas externas y a medir nuestro valor según la aceptación ajena. Recordad, nuestro valor no depende de lo que piensen los demás 

 

Esperanza número equivocado

El cuento Esperanza número equivocado narra la historia de Esperanza, una mujer que, ya mayor, conserva la ilusión del amor pese a una vida de soledad, marcada por su trabajo como recamarera y su obsesiva costumbre de contestar llamadas telefónicas equivocadas con la esperanza de encontrar al amor de su vida. A través del retrato irónico y entrañable de su rutina —recortes de novias en el periódico, citas fallidas y su inquebrantable fe en la línea telefónica como medio para hallar compañía— el cuento expone con ternura y humor ácido la mezcla entre la esperanza obstinada y la resignación amarga. Esperanza es una figura tragicómica: aunque endurecida por el tiempo y la desilusión, su vulnerabilidad emerge en su último "equivocado", donde la ironía se quiebra y deja ver su dolor oculto. La historia critica con sutileza la soledad femenina, el clasismo y las falsas promesas del amor romántico, y construye un personaje que, pese a la burla o el patetismo, se resiste a rendirse por completo.

 

Estado de sitio

Camino por las grandes avenidas, las anchas superficies negras, las banquetas en las que caben todos y nadie me ve, nadie voltea, nadie me mira, ni uno solo de ellos. Ninguno da la menor señal de reconocimiento. Insisto. Ámenme. Ayúdenme. Sí, todos. Ustedes. Los veo. Trato de imantarlos; nada los retiene, su mirada resbala encima de mí, me borra, soy invisible. Sus ojos evitan detenerse en algo, en cualquier cosa, y yo los miro a todos tan intensamente, los estampo en mi alma, en mi frente; sus rostros me horadan, me acompañan; los pienso, los recreo, los acaricio. Nosotras las mujeres atesoramos los rostros; de hecho, en un momento dado, la vida se convierte en un solo rostro al que podemos tocar con los labios. Ámenme, véanme, aquí estoy. Alerto todas las fuerzas de la vida; quiero traspasar los vidrios de la ventanilla, decir: “Señor, señora, soy yo”, pero nadie, nadie vuelve la cabeza, soy tan lisa como esta pared de enfrente. Debería gritarles: “Su sociedad sin mí sería incompleta, nadie camina como yo, nadie tiene mi risa, mi manera de fruncir la nariz al sonreír, jamás verán a una mujer acodarse en la mesa como lo hago, nadie esconde su rostro dentro de su hombro…señores, señoras, niños, perros, gatos, pobladores del mundo entero, créanme, es la verdad, les hago falta.

 

Me gustaría pensar que me oyen pero sé que no es cierto. Nadie me espera. Sin embargo, todos los días tercamente emprendo el camino, salgo a las anchas avenidas, a ese gran desierto íntimo tan parecido al que tengo adentro. Necesito tocarlo, ver con los ojos lo que he perdido, necesito mirar esta negra extensión de chapopote, necesito ver mi muerte.

Fuente: https://talesofmytery.blogspot.com/2014/04/elena-poniatowska-estado-de-sitio.html

 

Esperanza número equivocado

Esperanza siempre abre el periódico en la sección de sociales y se pone a ver las novias. Suspira: “Ay, señorita Diana, cuándo la veré a usted así”. Y examina infatigable los rostros de cada uno de las felices desposadas. “Mire, a esta le va a ir de la patada…” “A esta otra pue’que y se le haga…” “Esta ya se viene fijando en otro. Ya ni la amuela. Creo que es el padrino…” Sigue hablando de las novias obsesiva y maligna. Con sus uñas puntiagudas —“me las corto de triangulito, pa arañar, así se las había de limar la señorita”—, rasga el papel y bruscamente desaparece la nariz del novio, o la gentil contrayente queda ciega: “Mire niña Diana, qué chistosos se ven ahora los palomos”. Le entra una risa larga, larga, larga, entrecortada de gritos subversivos: “Hi ¡Hi! ¡Hi! ¡Hi! ¡Hiiii!”, que sacude su pequeño cuerpo de arriba abajo. “No te rías tanto, Esperanza, que te va a dar hipo”.

A veces Diana se pregunta por qué no se habrá casado Esperanza. Tiene un rostro agradable, los ojos negros muy hundidos, un leve bigotito y una patita chueca. La sonrisa siempre en flor. Es bonita y se baña diario.

Ha cursado cien novios: “No le vaya a pasar lo que a mí, ¡que de tantos me quedé sin ninguno!”. Ella cuenta: “Uno era decente, un señor ingeniero, fíjese usted. Nos sentábamos el uno al lado del otro en una banca del parque y a mí me daba vergüenza decirle que era criada y me quede silencia”.

Conoció al ingeniero por un “equivocado”. Su afición al teléfono la llevaba a entablar largas conversaciones. “no señor, está usted equivocado. Esta no es la familia que usted busca, pero ojalá y fuera”. “Carnicería ‘La Fortuna’” “No, es una casa particular pero qué fortuna…” Todavía hoy, a los cuarenta y ocho años, sigue al acecho de los equivocados. Corre al teléfono con una alegría expectante: “Caballero yo no soy Laura Martínez, soy Esperanza…” Y a la vez siguiente: “Mi nombre es otro, pero en ¿qué puedo servirle?” ¡Cuánto correo del corazón! Cuántos “Nos vemos en la puerta del cine Encanto. Voy a llevar un vestido verde y un moño rojo en la cabeza”… ¡Cuántas citas fallidas! ¡Cuántas idas a la esquina a ver partir las esperanzas! Cuántos: “¡Ya me colgaron!” Pero Esperanza se rehace pronto y tres o cuatro días después, allí está nuevamente en servicio dándole vuelta al disco, metiendo el dedo en todos los números, componiendo cifras al azar a ver si de pronto alguien le contesta y le dice como Pedro Infante: “¿Quiere usted casarse conmigo?” Compostura, estropicio, teléfono descompuesto, 02, 04, mala manera de descolgarse por la vida, como una araña que se va hasta el fondo del abismo colgada del hilo del teléfono. Y otra vez a darle a esa negra carátula de reloj donde marcamos puras horas falsas, puros: “Voy a pedir permiso”, puros: “Es que la señora no me deja…”, puros: “¿Qué de qué?” porque Esperanza no atina y ya le está dando el cuarto para las doce.

Un día el ingeniero equivocado llevó a Esperanza al cine, y le dijo en lo oscuro: “Oiga señorita, ¿le gusta la natación?” Y le puso la mano en el pecho. Tomada por sorpresa, Esperanza respondió: “Pues mire usted ingeniero, ultimadamente y viéndolo bien, a mí me gusta mi leche sin nata”. Y le quitó la mano.

Durante treinta años, los mejores de su vida, Esperanza ha trabajado de recamarera. Sólo un domingo por semana puede asomarse a la vida de la calle, a ver a aquella gente que tiene “su” casa y “su” ir y venir.

Ahora ya de grande y como le dicen tanto que es de la familia, se ha endurecido. Con su abrigo de piel de nutria heredado de la señora y su collar de perlas auténticas, regalo del señor, Esperanza mangonea a las demás y se ha instituido en la única detentadora de la bocina. Sin embargo, su voz ya no suena como campana en el bosque y en su último “equivocado” pareció encogerse, sentirse a punto de desaparecer, infinitamente pequeña, malquerida, y, respondió modulando dulcemente las palabras: “No señor, no, yo no soy Isabel Sánchez, y por favor, se me va a ir usted mucho a la chingada. 

Fuente: https://teecuento.wordpress.com/2009/11/15/esperanza-numero-equivocado-elena-poniatowska/

 

Otros relatos para adultos

Si te gusta este género literario, te recomiendo Las medias rojas, uno de los mejores cuentos de Emilia Pardo Bazán.

 

 

 

 

 

jueves, 8 de mayo de 2025

Las medias rojas, uno de los mejores cuentos breves de Emilia Pardo Bazán

 

El precio de soñar con una vida diferente

A continuación, te presento uno de los mejores cuentos para adultos de Emilia Pardo Bazán: Las medias rojas. Cuenta la historia de Ildara, una joven campesina que anhela un futuro mejor lejos de la miseria en la que vive. Unas medias rojas que adquiere con esfuerzo simbolizan su deseo de cambio y libertad, pero ese pequeño gesto provoca un fuerte conflicto con su padre, que representa la violencia y el autoritarismo patriarcal. El cuento refleja de forma cruda la opresión de la mujer en el medio rural, el peso de las tradiciones y las dificultades para romper con un destino impuesto por la pobreza y la desigualdad. Además, puedes escuchar la narración completa en este video.


Las medias rojas

Emilia Pardo Bazán

Cuando la rapaza entró, cargada con el haz de leña que acababa de merodear en el monte del señor amo, el tío Clodio no levantó la cabeza, entregado a la ocupación de picar un cigarro, sirviéndose, en vez de navaja, de una uña córnea, color de ámbar oscuro, porque la había tostado el fuego de las apuradas colillas.

 

Ildara soltó el peso en tierra y se atusó el cabello, peinado a la moda «de las señoritas» y revuelto por los enganchones de las ramillas que se agarraban a él. Después, con la lentitud de las faenas aldeanas, preparó el fuego, lo prendió, desgarró las berzas, las echó en el pote negro, en compañía de unas patatas mal troceadas y de unas judías asaz secas, de la cosecha anterior, sin remojar. Al cabo de estas operaciones, tenía el tío Clodio liado su cigarrillo, y lo chupaba desgarbadamente, haciendo en los carrillos dos hoyos como sumideros, grises, entre el azuloso de la descuidada barba.

 

Sin duda la leña estaba húmeda de tanto llover la semana entera, y ardía mal, soltando una humareda acre; pero el labriego no reparaba: al humo, ¡bah!, estaba él bien hecho desde niño. Como Ildara se inclinase para soplar y activar la llama, observó el viejo cosa más insólita: algo de color vivo, que emergía de las remendadas y encharcadas sayas de la moza… Una pierna robusta, aprisionada en una media roja, de algodón…

 

—¡Ey! ¡Ildara!

 

—¡Señor padre!

 

—¿Qué novidá es esa?

 

—¿Cuál novidá?

 

—¿Ahora me gastas medias, como la hirmán del abade?

 

Incorporase la muchacha, y la llama, que empezaba a alzarse, dorada, lamedora de la negra panza del pote, alumbró su cara redonda, bonita, de facciones pequeñas, de boca apetecible, de pupilas claras, golosas de vivir.

 

—Gasto medias, gasto medias —repitió sin amilanarse—. Y si las gasto, no se las debo a ninguén.

 

—Luego nacen los cuartos en el monte —insistió el tío Clodio con amenazadora sorna.

 

—¡No nacen…! Vendí al abade unos huevos, que no dirá menos él… Y con eso merqué las medias.

 

Una luz de ira cruzó por los ojos pequeños, engarzados en duros párpados, bajo cejas hirsutas, del labrador… Saltó del banco donde estaba escarrancado, y agarrando a su hija por los hombros, la zarandeó brutalmente, arrojándola contra la pared, mientras barbotaba:

 

—¡Engañosa! ¡Engañosa! ¡Cluecas andan las gallinas, que no ponen!

 

Ildara, apretando los dientes por no gritar de dolor, se defendía la cara con las manos. Era siempre su temor de mociña guapa y requebrada, que el padre la mancase, como le había sucedido a la Mariola, su prima, señalada por su propia madre en la frente con el aro de la criba, que le desgarró los tejidos. Y tanto más defendía su belleza, hoy que se acercaba el momento de fundar en ella un sueño de porvenir. Cumplida la mayor edad, libre de la autoridad paterna, la esperaba el barco, en cuyas entrañas tantos de su parroquia y de las parroquias circunvecinas se habían ido hacia la suerte, hacia lo desconocido de los lejanos países donde el oro rueda por las calles y no hay sino bajarse para cogerlo. El padre no quería emigrar, cansado de una vida de labor, indiferente a la esperanza tardía: pues que se quedase él… Ella iría sin falta: ya estaba de acuerdo con el gancho, que le adelantaba los pesos para el viaje, y hasta le había dado cinco de señal, de los cuales habían salido las famosas medias… Y el tío Clodio, ladino, sagaz, adivinador o sabedor, sin dejar de tener acorralada y acosada a la moza, repetía:

 

—Ya te cansaste de andar descalza de pie y pierna, como las mujeres de bien, ¿eh, condenada? ¿Llevó medias alguna vez tu madre? ¿Peinóse como tú, que siempre estás dale que tienes con el cacho de espejo? Toma, para que te acuerdes…

 

Y con el cerrado puño hirió primero la cabeza, luego el rostro, apartando las medrosas manecitas, de forma no alterada aún por el trabajo, con que se escudaba Ildara, trémula. El cachete más violento cayó sobre un ojo, y la rapaza vio como un cielo estrellado, miles de puntos brillantes, envueltos en una radiación de intensos coloridos sobre un negro terciopeloso. Luego, el labrador aporreó la nariz, los carrillos. Fue un instante de furor, en que sin escrúpulo la hubiese matado, antes que verla marchar, dejándole a él solo, viudo, casi imposibilitado de cultivar la tierra que llevaba en arriendo, que fecundó con sudores tantos años, a la cual profesaba un cariño maquinal, absurdo. Cesó al fin de pegar; Ildara, aturdida de espanto, ya no chillaba siquiera.

 

Salió afuera, silenciosa, y en el regato próximo se lavó la sangre. Un diente bonito, juvenil, le quedó en la mano. Del ojo lastimado, no veía.

 

Como que el médico, consultado tarde y de mala gana, según es uso de labriegos, habló de un desprendimiento de la retina, cosa que no entendió la muchacha, pero que consistía… en quedarse tuerta.

 

Y nunca más el barco la recibió en sus concavidades para llevarla hacia nuevos horizontes de holganza y lujo. Los que allá vayan han de ir sanos, válidos, y las mujeres, con sus ojos alumbrando y su dentadura completa…

 

Fuente: Lecturia

 

Cuentos breves

Si te gustan los cuentos breves con mucha profundidad, te recomiendo Terapia de soledad de Mario Benedetti.

 

lunes, 5 de mayo de 2025

Poemas de José Ángel Buesa

Poemas de José Ángel Buesa

A continuación, te presento poemas de José Ángel Buesa (véase aquí su biografía) uno de los más populares poetas cubanos. Un poeta romántico empedernido, tan popular, que no lo podemos olvidar.

De los poemas que he narrado en mi canal de YouTube, Carla narraciones, os dejo este poema precioso: Canción de la lluvia. 


Canción de la lluvia

Acaso está lloviendo también en tu ventana;
Acaso esté lloviendo calladamente, así.
Y mientras anochece de pronto la mañana,
yo sé que, aunque no quieras, vas a pensar en mí.

Y tendrá un sobresalto tu corazón tranquilo,
sintiendo que despierta tu ternura de ayer.
Y, si estabas cosiendo, se hará un nudo en el hilo,
y aún lloverá en tus ojos, al dejar de llover.

 

Poemas en Youtube

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Si te gustan los poemas, te recomiendo el mejor poema de Rosario Castellanos.


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