Cuentos breves para adultos
A
continuación, te presento dos cuentos para adultos de Elena Poniatowska: Estado
de sitio y Esperanza número equivocado. Puedes escuchar este audiolibro en mi canal de
YouTube, Carla Narraciones.
Estado de sitio
En Estado
de sitio, Elena Poniatowska narra la experiencia interior de una mujer
que camina por la ciudad sintiéndose invisible para los demás. A pesar de su
deseo profundo de conexión y reconocimiento, las personas a su alrededor no la
ven, no responden a su presencia ni a sus súplicas silenciosas. La protagonista
se enfrenta a una soledad abrumadora, convertida en un estado de sitio
emocional, en el que la indiferencia de la sociedad refuerza su sensación de
vacío y desaparición.
Este cuento de Poniatowska es una poderosa metáfora sobre la exclusión y la invisibilidad, de muchas personas en la sociedad contemporánea. A través de una prosa íntima y lírica, la autora retrata una subjetividad que grita por ser vista, amada y reconocida, pero que se enfrenta a una masa indiferente y deshumanizada. La ciudad se vuelve un espacio hostil, espejo del desierto interior de la narradora, donde la identidad se diluye frente a la indiferencia colectiva. El texto pone en evidencia cómo la falta de reconocimiento puede ser una forma de violencia, y cómo la necesidad de pertenecer y ser validado es profundamente humana.
Aunque, en mi opinión, muchas veces sentimos la necesidad de buscar la aprobación de los demás, y en realidad es importante reconocer que esa validación no debería depender de otras personas, sino de nosotros mismos. Vivimos en una sociedad que constantemente nos impulsa a compararnos, a cumplir con expectativas externas y a medir nuestro valor según la aceptación ajena. Recordad, nuestro valor no depende de lo que piensen los demás
Esperanza número equivocado
El
cuento Esperanza número equivocado narra la historia de Esperanza, una mujer
que, ya mayor, conserva la ilusión del amor pese a una vida de soledad, marcada
por su trabajo como recamarera y su obsesiva costumbre de contestar llamadas
telefónicas equivocadas con la esperanza de encontrar al amor de su vida. A
través del retrato irónico y entrañable de su rutina —recortes de novias en el
periódico, citas fallidas y su inquebrantable fe en la línea telefónica como
medio para hallar compañía— el cuento expone con ternura y humor ácido la
mezcla entre la esperanza obstinada y la resignación amarga. Esperanza es una
figura tragicómica: aunque endurecida por el tiempo y la desilusión, su
vulnerabilidad emerge en su último "equivocado", donde la ironía se
quiebra y deja ver su dolor oculto. La historia critica con sutileza la soledad
femenina, el clasismo y las falsas promesas del amor romántico, y construye un
personaje que, pese a la burla o el patetismo, se resiste a rendirse por
completo.
Estado de sitio
Camino
por las grandes avenidas, las anchas superficies negras, las banquetas en las
que caben todos y nadie me ve, nadie voltea, nadie me mira, ni uno solo de
ellos. Ninguno da la menor señal de reconocimiento. Insisto. Ámenme. Ayúdenme.
Sí, todos. Ustedes. Los veo. Trato de imantarlos; nada los retiene, su mirada
resbala encima de mí, me borra, soy invisible. Sus ojos evitan detenerse en
algo, en cualquier cosa, y yo los miro a todos tan intensamente, los estampo en
mi alma, en mi frente; sus rostros me horadan, me acompañan; los pienso, los
recreo, los acaricio. Nosotras las mujeres atesoramos los rostros; de hecho, en
un momento dado, la vida se convierte en un solo rostro al que podemos tocar
con los labios. Ámenme, véanme, aquí estoy. Alerto todas las fuerzas de la
vida; quiero traspasar los vidrios de la ventanilla, decir: “Señor, señora, soy
yo”, pero nadie, nadie vuelve la cabeza, soy tan lisa como esta pared de
enfrente. Debería gritarles: “Su sociedad sin mí sería incompleta, nadie camina
como yo, nadie tiene mi risa, mi manera de fruncir la nariz al sonreír, jamás
verán a una mujer acodarse en la mesa como lo hago, nadie esconde su rostro
dentro de su hombro…señores, señoras, niños, perros, gatos, pobladores del
mundo entero, créanme, es la verdad, les hago falta.
Me
gustaría pensar que me oyen pero sé que no es cierto. Nadie me espera. Sin
embargo, todos los días tercamente emprendo el camino, salgo a las anchas
avenidas, a ese gran desierto íntimo tan parecido al que tengo adentro.
Necesito tocarlo, ver con los ojos lo que he perdido, necesito mirar esta negra
extensión de chapopote, necesito ver mi muerte.
Fuente:
https://talesofmytery.blogspot.com/2014/04/elena-poniatowska-estado-de-sitio.html
Esperanza número equivocado
Esperanza
siempre abre el periódico en la sección de sociales y se pone a ver las novias.
Suspira: “Ay, señorita Diana, cuándo la veré a usted así”. Y examina
infatigable los rostros de cada uno de las felices desposadas. “Mire, a esta le
va a ir de la patada…” “A esta otra pue’que y se le haga…” “Esta ya se
viene fijando en otro. Ya ni la amuela. Creo que es el padrino…” Sigue hablando
de las novias obsesiva y maligna. Con sus uñas puntiagudas —“me las corto de
triangulito, pa arañar, así se las había de limar la señorita”—, rasga el papel
y bruscamente desaparece la nariz del novio, o la gentil contrayente queda
ciega: “Mire niña Diana, qué chistosos se ven ahora los palomos”. Le entra una
risa larga, larga, larga, entrecortada de gritos subversivos: “Hi ¡Hi! ¡Hi!
¡Hi! ¡Hiiii!”, que sacude su pequeño cuerpo de arriba abajo. “No te rías tanto,
Esperanza, que te va a dar hipo”.
A
veces Diana se pregunta por qué no se habrá casado Esperanza. Tiene un rostro
agradable, los ojos negros muy hundidos, un leve bigotito y una patita chueca.
La sonrisa siempre en flor. Es bonita y se baña diario.
Ha
cursado cien novios: “No le vaya a pasar lo que a mí, ¡que de tantos me quedé
sin ninguno!”. Ella cuenta: “Uno era decente, un señor ingeniero, fíjese usted.
Nos sentábamos el uno al lado del otro en una banca del parque y a mí me daba
vergüenza decirle que era criada y me quede silencia”.
Conoció
al ingeniero por un “equivocado”. Su afición al teléfono la llevaba a entablar
largas conversaciones. “no señor, está usted equivocado. Esta no es la familia
que usted busca, pero ojalá y fuera”. “Carnicería ‘La Fortuna’” “No, es una
casa particular pero qué fortuna…” Todavía hoy, a los cuarenta y ocho años,
sigue al acecho de los equivocados. Corre al teléfono con una alegría
expectante: “Caballero yo no soy Laura Martínez, soy Esperanza…” Y a la vez
siguiente: “Mi nombre es otro, pero en ¿qué puedo servirle?” ¡Cuánto correo del
corazón! Cuántos “Nos vemos en la puerta del cine Encanto. Voy a llevar un
vestido verde y un moño rojo en la cabeza”… ¡Cuántas citas fallidas! ¡Cuántas
idas a la esquina a ver partir las esperanzas! Cuántos: “¡Ya me colgaron!” Pero
Esperanza se rehace pronto y tres o cuatro días después, allí está nuevamente
en servicio dándole vuelta al disco, metiendo el dedo en todos los números,
componiendo cifras al azar a ver si de pronto alguien le contesta y le dice
como Pedro Infante: “¿Quiere usted casarse conmigo?” Compostura, estropicio,
teléfono descompuesto, 02, 04, mala manera de descolgarse por la vida, como una
araña que se va hasta el fondo del abismo colgada del hilo del teléfono. Y otra
vez a darle a esa negra carátula de reloj donde marcamos puras horas falsas,
puros: “Voy a pedir permiso”, puros: “Es que la señora no me deja…”, puros:
“¿Qué de qué?” porque Esperanza no atina y ya le está dando el cuarto para las
doce.
Un
día el ingeniero equivocado llevó a Esperanza al cine, y le dijo en lo oscuro:
“Oiga señorita, ¿le gusta la natación?” Y le puso la mano en el pecho. Tomada
por sorpresa, Esperanza respondió: “Pues mire usted ingeniero, ultimadamente y
viéndolo bien, a mí me gusta mi leche sin nata”. Y le quitó la mano.
Durante
treinta años, los mejores de su vida, Esperanza ha trabajado de recamarera.
Sólo un domingo por semana puede asomarse a la vida de la calle, a ver a
aquella gente que tiene “su” casa y “su” ir y venir.
Ahora ya de grande y como le dicen tanto que es de la familia, se ha endurecido. Con su abrigo de piel de nutria heredado de la señora y su collar de perlas auténticas, regalo del señor, Esperanza mangonea a las demás y se ha instituido en la única detentadora de la bocina. Sin embargo, su voz ya no suena como campana en el bosque y en su último “equivocado” pareció encogerse, sentirse a punto de desaparecer, infinitamente pequeña, malquerida, y, respondió modulando dulcemente las palabras: “No señor, no, yo no soy Isabel Sánchez, y por favor, se me va a ir usted mucho a la chingada.
Fuente: https://teecuento.wordpress.com/2009/11/15/esperanza-numero-equivocado-elena-poniatowska/
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