El precio de soñar con una vida diferente
A continuación, te presento uno de los mejores cuentos para adultos de Emilia Pardo Bazán: Las medias rojas. Cuenta la historia de Ildara, una joven campesina que anhela un futuro mejor lejos de la miseria en la que vive. Unas medias rojas que adquiere con esfuerzo simbolizan su deseo de cambio y libertad, pero ese pequeño gesto provoca un fuerte conflicto con su padre, que representa la violencia y el autoritarismo patriarcal. El cuento refleja de forma cruda la opresión de la mujer en el medio rural, el peso de las tradiciones y las dificultades para romper con un destino impuesto por la pobreza y la desigualdad. Además, puedes escuchar la narración completa en este video.
Las medias rojas
Emilia Pardo Bazán
Cuando
la rapaza entró, cargada con el haz de leña que acababa de merodear en el monte
del señor amo, el tío Clodio no levantó la cabeza, entregado a la ocupación de
picar un cigarro, sirviéndose, en vez de navaja, de una uña córnea, color de
ámbar oscuro, porque la había tostado el fuego de las apuradas colillas.
Ildara
soltó el peso en tierra y se atusó el cabello, peinado a la moda «de las
señoritas» y revuelto por los enganchones de las ramillas que se agarraban a
él. Después, con la lentitud de las faenas aldeanas, preparó el fuego, lo
prendió, desgarró las berzas, las echó en el pote negro, en compañía de unas
patatas mal troceadas y de unas judías asaz secas, de la cosecha anterior, sin
remojar. Al cabo de estas operaciones, tenía el tío Clodio liado su cigarrillo,
y lo chupaba desgarbadamente, haciendo en los carrillos dos hoyos como
sumideros, grises, entre el azuloso de la descuidada barba.
Sin
duda la leña estaba húmeda de tanto llover la semana entera, y ardía mal,
soltando una humareda acre; pero el labriego no reparaba: al humo, ¡bah!,
estaba él bien hecho desde niño. Como Ildara se inclinase para soplar y activar
la llama, observó el viejo cosa más insólita: algo de color vivo, que emergía
de las remendadas y encharcadas sayas de la moza… Una pierna robusta,
aprisionada en una media roja, de algodón…
—¡Ey!
¡Ildara!
—¡Señor
padre!
—¿Qué
novidá es esa?
—¿Cuál
novidá?
—¿Ahora
me gastas medias, como la hirmán del abade?
Incorporase
la muchacha, y la llama, que empezaba a alzarse, dorada, lamedora de la negra
panza del pote, alumbró su cara redonda, bonita, de facciones pequeñas, de boca
apetecible, de pupilas claras, golosas de vivir.
—Gasto
medias, gasto medias —repitió sin amilanarse—. Y si las gasto, no se las debo a
ninguén.
—Luego
nacen los cuartos en el monte —insistió el tío Clodio con amenazadora sorna.
—¡No
nacen…! Vendí al abade unos huevos, que no dirá menos él… Y con eso merqué las
medias.
Una
luz de ira cruzó por los ojos pequeños, engarzados en duros párpados, bajo
cejas hirsutas, del labrador… Saltó del banco donde estaba escarrancado, y
agarrando a su hija por los hombros, la zarandeó brutalmente, arrojándola
contra la pared, mientras barbotaba:
—¡Engañosa!
¡Engañosa! ¡Cluecas andan las gallinas, que no ponen!
Ildara,
apretando los dientes por no gritar de dolor, se defendía la cara con las
manos. Era siempre su temor de mociña guapa y requebrada, que el padre la
mancase, como le había sucedido a la Mariola, su prima, señalada por su propia
madre en la frente con el aro de la criba, que le desgarró los tejidos. Y tanto
más defendía su belleza, hoy que se acercaba el momento de fundar en ella un
sueño de porvenir. Cumplida la mayor edad, libre de la autoridad paterna, la
esperaba el barco, en cuyas entrañas tantos de su parroquia y de las parroquias
circunvecinas se habían ido hacia la suerte, hacia lo desconocido de los
lejanos países donde el oro rueda por las calles y no hay sino bajarse para
cogerlo. El padre no quería emigrar, cansado de una vida de labor, indiferente
a la esperanza tardía: pues que se quedase él… Ella iría sin falta: ya estaba
de acuerdo con el gancho, que le adelantaba los pesos para el viaje, y hasta le
había dado cinco de señal, de los cuales habían salido las famosas medias… Y el
tío Clodio, ladino, sagaz, adivinador o sabedor, sin dejar de tener acorralada
y acosada a la moza, repetía:
—Ya
te cansaste de andar descalza de pie y pierna, como las mujeres de bien, ¿eh,
condenada? ¿Llevó medias alguna vez tu madre? ¿Peinóse como tú, que siempre
estás dale que tienes con el cacho de espejo? Toma, para que te acuerdes…
Y
con el cerrado puño hirió primero la cabeza, luego el rostro, apartando las
medrosas manecitas, de forma no alterada aún por el trabajo, con que se
escudaba Ildara, trémula. El cachete más violento cayó sobre un ojo, y la
rapaza vio como un cielo estrellado, miles de puntos brillantes, envueltos en
una radiación de intensos coloridos sobre un negro terciopeloso. Luego, el
labrador aporreó la nariz, los carrillos. Fue un instante de furor, en que sin
escrúpulo la hubiese matado, antes que verla marchar, dejándole a él solo,
viudo, casi imposibilitado de cultivar la tierra que llevaba en arriendo, que
fecundó con sudores tantos años, a la cual profesaba un cariño maquinal,
absurdo. Cesó al fin de pegar; Ildara, aturdida de espanto, ya no chillaba
siquiera.
Salió
afuera, silenciosa, y en el regato próximo se lavó la sangre. Un diente bonito,
juvenil, le quedó en la mano. Del ojo lastimado, no veía.
Como
que el médico, consultado tarde y de mala gana, según es uso de labriegos,
habló de un desprendimiento de la retina, cosa que no entendió la muchacha,
pero que consistía… en quedarse tuerta.
Y
nunca más el barco la recibió en sus concavidades para llevarla hacia nuevos
horizontes de holganza y lujo. Los que allá vayan han de ir sanos, válidos, y
las mujeres, con sus ojos alumbrando y su dentadura completa…
Fuente: Lecturia
Cuentos breves
Si
te gustan los cuentos breves con mucha profundidad, te recomiendo Terapia de
soledad de Mario Benedetti.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.