Cuentos para adultos
A continuación,
te presento dos cuentos para adultos de León Tolstói, reconocido como uno de
los escritores más importantes de la literatura mundial. Estas historias están
cargadas de valores y sabiduría, y espero que sean de tu agrado. Si lo
prefieres, también puedes escuchar estos cuentos para adultos en mi canal de
YouTube.
Lo malo atrae,
pero lo bueno perdura
Hace mucho
tiempo vivía un hombre bondadoso. Él tenía bienes en abundancia y muchos
esclavos que le servían. Y ellos se enorgullecían de su amo diciendo:
"No hay
mejor amo que el nuestro bajo el sol. Él nos alimenta y nos viste, nos da
trabajo según nuestras fuerzas. Él no obra con malicia y nunca nos dice una
palabra dura. Él no es como otros amos, quienes tratan a sus esclavos peor que
al ganado: los castigan si se lo merecen o no, y nunca les dan una palabra
amigable. Él desea nuestro bien y nos habla amablemente. No podríamos desear
una mejor vida."
De esta manera
los esclavos elogiaban a su amo, y el Diablo, sabiendo esto, estaba disgustado
de que los esclavos vivieran en tanta armonía con su amo. El Diablo se apoderó
de uno de ello, un esclavo llamado Aleb, y le ordenó que sedujera a sus
compañeros. Un día, cuando todos estaban sentados juntos descansando y
conversando de la bondad de su amo, Aleb levantó la voz y dijo:
"Es inútil
que elogien tanto las bondades de nuestro amo. El Diablo mismo sería bueno con
nosotros, si hicieramos lo que el quiere. Nosotros servimos bien a nuestro amo
y lo complacemos en todo. Tan pronto como él piensa en algo, nosotros lo
hacemos: nos adelantamos a sus deseos. ¿Cómo puede tratarnos mal? Probemos como
sería, si en lugar de complacerlo le hicieramos algún daño. El actuará como
cualquier otro y nos devolverá daño con daño, como el peor de los amos
haría."
Los otros
esclavos comenzaron a discutir lo que Aleb había dicho y al final hicieron una
apuesta. Aleb debía hacer enojar al amo. Si él fracasaba perdería su traje de
fiesta; pero si tenía éxito, los otros esclavos le darían a Aleb los suyos.
Además, él prometió defenderlos contra el amo y liberarlos si ellos eran
encadenados o enviados a prisión. Habiendo arreglado la apuesta, Aleb estuvo de
acuerdo en hacer enojar al amo la mañana siguiente.
Aleb era quien
se encargaba de cuidar al ganado, y tenía a su cargo una cantidad de valiosos
carneros de raza, de quienes el amo estaba muy orgulloso. A la mañana
siguiente, cuando el amo trajo algunos visitantes al recinto de los animales
para mostrales un valioso carnero, Aleb guiñó un ojo a sus compañeros y les
dijo:
"Miren
ahora como haré para enfurecerlo."
Todos los
esclavos se reunieron, mirando algunos por la puerta y otros por sobre la
cerca, mientras el Diablo se trepaba a un árbol cercano para mirar cómo hacía
su sirviente el trabajo. El amo caminó en el recinto, mostrando a sus invitados
las ovejas y los corderos, pero deseando poder mostrarles su más fino cordero.
"Todos los
corderos son valiosos", dijo, "pero tengo uno con los cuernos
torcidos, que es inapreciable. Lo estimo como si fuera la luz de mis
ojos."
Asustado por los
extraños, el carnero corría en el recinto, por lo tanto los visitantes no
podían ver con claridad al cordero. Tan pronto como se paraba, Aleb asustaba a
las demás ovejas como por accidente, y ellas comenzaban a mezclarse nuevamente.
Los visitantes no podían saber cuál era el animal preferido. Al final el amo se
sintió cansado de todo eso.
"Aleb,
querido amigo," dijo, por favor agarra nuestro mejor carnero para mí, el
único con los cuernos torcidos. Agárralo cuidadosamente y sostenlo quieto por
un momento."
Apenas el amo
había dicho eso, cuando Aleb se precipitó entre las ovejas como un león, y
agarró al valioso carnero. Lo tomó por la lana, y luego lo agarró por la pata
trasera izquierda, y ante los ojos de su amo se la torció bruscamente hasta que
un ruido seco sonó. Él había roto la pata del carnero por debajo de la rodilla.
Entonces Aleb lo tomó por la pata trasera derecha, mientras el animal balaba.
Los visitantes y los esclavos exclamaron un grito, y el Diablo, sentado en el
árbol, se regocijaba de lo bien que Aleb había realizado la tarea. El amo se
puso más negro que el trueno, frunció el ceño, agachó la cabeza, y no dijo una
sola palabra. Los visitantes y los esclavos estaban en silencio también,
esperando ver qué sucedería después. Luego de un rato de silencio, el amo se
estremeció como si se sacudiera algo de encima. Entonces él levantó su cabeza,
y elevó su vista al cielo, permaneciendo así durante un instante. Las arrugas
de su rostro desaparecieron, y con una sonrisa miró a Aleb y le dijo:
"¡Oh, Aleb,
Aleb! Tu amo te ordenó que me hicieras enojar; pero mi amo es más fuerte que el
tuyo. Yo no estoy enojado contigo, pero haré algo para enojar a tu amo. Tú
temes que te castigaré, y has estado deseando por tu libertad. Debes saber
Aleb, que no te castigaré; pero como tú deseas ser libre, aquí frente a mis
invitados, yo te otorgo tu libertad. Ve donde desees, y lleva contigo tu traje
de fiesta."
Y el buen amo
regresó a la casa junto a sus invitados; pero el Diablo, rechinando sus
dientes, cayó del árbol, y se hundió en la tierra.
Los dos hermanos
y el oro
En tiempos
lejanos cerca de Jerusalem vivían dos hermanos bien avenidos, el mayor se
llamaba Atanasio y el menor Juan. Vivían sobre una colina, no lejos de la
ciudad, y se alimentaban de lo que les daba la gente. Todos los días los
pasaban en el trabajo. No tenían su propio trabajo sino el de los pobres. Allí
donde hubiera tareas dificultosas, donde hubiera enfermos, huérfanos y viudas,
allí iban los hermanos y trabajaban sin paga. Así pasaban los hermanos
separados toda la semana y solo los sábados por la tarde volvían a su morada.
Únicamente los domingos permanecían en casa rezando y conversando. Y el ángel
del Señor descendía a su morada y los bendecía. Los lunes se iban cada uno por
su lado. Así vivieron los hermanos muchos años y cada semana el ángel del Señor
descendía a su vivienda y los bendecía.
Un lunes, cuando
los hermanos iban al trabajo y ya se habían separado en distintas direcciones,
al hermano mayor, Atanasio, le dió pena separarse de su querido hermano y se
detuvo y lo observó. Juan iba con la cabeza gacha por su camino y no miró
atrás. Pero de repente Juan también se detuvo y como viendo algo, haciéndose
sombra con la mano, se puso a mirar fijamente allí. Entonces se acercó a lo que
miraba y después saltó de repente hacia un lado y, sin girarse, se puso a
correr colina abajo y colina arriba, alejándose de ese sitio, como si una fiera
lo persiguiera corriendo. Atanasio se sorprendió y volvió atrás a ese lugar,
para saber, de qué se había asustado de esa manera a su hermano. Fue acercarse
y ver que algo brillaba con el sol. Se acercó más y encontró que sobre la
hierba, como derramado, había un montón de oro. Y aún se sorprendió más
Atanasio por el oro y por los saltos de su hermano.
"¿De qué se
ha asustado y de qué huye? - pensó Atanasio. En el oro no hay pecado, el pecado
está en la persona. Con el oro se puede hacer el mal y se puede hacer el bien.
¡A cuántos huérfanos y viudas se puede alimentar, a cuántos desnudos vestir, a
cuántos miserables y enfermos sanar con este oro! Ahora servimos a la gente,
pero nuestro servicio es pequeño por nuestras pocas fuerzas, y con este oro
podremos servir mejor a la gente". Pensó Atanasio y quiso contar todo esto
al hermano; pero Juan se había ido tan lejos que no le podía oír y solo se le
veía allí, como un escarabajo sobre la otra colina.
Y Atanasio se
quitó la ropa recogiendo con ella tanto oro como pudo, lo cargó al hombro y lo
llevó a la ciudad. Llegó a la posada, dejó en custodia el oro a la posadera y
se fue a por el resto. Y cuando trajo todo el oro acudió al mercader, compró
terreno en la ciudad, compró piedra, madera, contratró trabajadores y se puso a
construir tres edificios: uno sería un refugio para las viudas y los huérfanos,
otro un hospital para los enfermos y los desamparados, el tercero una
residencia para los ancianos e indigentes. Y encontró Atanasio tres ancianos
devotos y a uno lo puso al cargo del refugio, al otro del hospital, y al
tercero del cuidado de los peregrinos. Y aún quedaban 3000 monedas de oro. Y
Atanasio entregó a cada anciano 1000 monedas de oro para que las dieran a los
pobres. Y los tres edicificos comenzaron a llenarse de gente y la gente comenzo
a alabar a Atanasio por todo lo que había hecho. Y Atanasio se alegró de esto
de manera que no quería irse de la ciudad. Pero Atanasio amaba a su hermano y cuando
se despidió de la gente no le quedaba ni una moneda, y con esas mismas ropas
viejas con las que llegó se fue de vuelta hacia su morada.
Cuando Atanasio
se acercaba a su colina pensaba: "Mi hermano no juzgó bien cuando se
apartó de un salto y huyó corriendo del oro. ¿Acaso no es mejor lo que he
hecho?".
En cuanto
Atanasio pensó esto de repente vió que en su camino se interponía aquel ángel
que los bendecía y que ahora lo miraba de forma severa. Y Atanasio estupefacto
solo atinó a decir:
- ¿Por qué,
señor?
Y el ángel abrió
la boca y dijo:
- Vete de aquí.
No mereces vivir con tu hermano. Un salto de tu hermano es más valioso que esos
asuntos tuyos que has realizado con tu oro.
Y Atanasio se
puso a explicar a cuantos pobres y desamparados alimentó, de cuantos huérfanos
se había ocupado. Y el ángel le dijo:
- Ese Diablo que
dejó ese oro para seducirte te ha enseñado esas palabras.
Y entonces
Atanasio desentrañó su conciencia, y supo que no había obrado para Dios y lloró
y se arrepintió.
Entonces el
ángel dejó libre el camino en el que ya estaba Juan, esperando a su hermano. Y
desde entonces Atanasio no cedió a la tentación del Diablo que derrama oro, y
supo, que no es con oro, sino con esfuerzo, con lo que se puede servir a Dios y
a las personas.
Y los hermanos
pasaron a vivir como antes.
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