Cuento corto para adultos de SilvinaOcampo
A continuación, te
presento un cuento corto para adultos, Amada en el amado de Silvina Ocampo, que
puedes escuchar en mi canal de YouTube, Carla Narraciones.
Amada en el
amado
A veces dos
enamorados parecen uno solo; los perfiles forman una múltiple cara de frente,
los cuerpos juntos con brazos y piernas suplementarios, una divinidad semejante
a Siva: así eran ellos dos. Se amaban con ternura, pasión, fidelidad. Trataban
de estar siempre juntos y cuando tenían que separarse por cualquier motivo,
durante ese tiempo tanto pensaban el uno en el otro que la separación era otra
suerte de convivencia, más sutil, más sagaz, más ávida. Lo primero que hacían
al separarse era poner cada uno en su reloj pulsera la hora exacta.- A
medianoche quiero que repitas los versos de San Juan de la Cruz, que me
gustan.- ¿Oh noche que juntaste amado con amada, amada en el amado
transformada?- Los diremos a la misma hora.- A las seis de la tarde, en el
reloj, mis ojos te mirarán.- En el lápiz de los labios estaré cuando te pintes,
o en el vaso cuando bebas agua.- A las ocho te asomarás a la ventana para
contemplar la luna. No mirarás a nadie. Creyendo que es tuyo, para no gritar de
pena, me morderé el brazo, no el antebrazo. – ¿Por qué? - Porque el brazo es
más sensible. - ¿En qué sitio?- En el sitio en que la boca lo alcanza cuando el
brazo está doblado con el codo hacia arriba, apoyado contra la cara, como
guareciéndola del sol. Es tu postura predilecta, por eso la imito como si mi
brazo fuera el tuyo.- A las nueve menos cinco de la noche, cerrá los ojos. Te
besaré hasta las nueve y cinco. - ¡Podrías más tiempo!- ¿Pero acaso no
llegaríamos a morir prolongando indefinidamente ese momento?- No pediría otra cosa.
Con estos y otros desatinos se despedían. Como es natural, cumplían
religiosamente con lo pactado. ¿Quién se atrevería a romper semejante rito? El
que no lo comprenda, nunca ha amado o ha sido amado, ni valdría la pena que ame
o que sea amado, ya que el amor es hecho de infinita y sabia locura, de
adivinación y de obediencia. Todas las miserias grandes y pequeñas de la vida
cotidiana todo lo que es un motivo de fastidio para otras personas, para ellos
era muy llevadero. La casa en donde vivían no era muy cómoda; tenía muy poca
luz porque sus cuartos daban a un patio interior. Ruidos intestinales de
cañerías se hacían oír en todos los pisos. El baño estaba metido dentro de un
armario, la ducha sobre la letrina, las ventanas no cerraban o abrían según el
grado de humedad del tiempo, un camino de cucarachas distinguía la cocina de
los otros cuartos, pero ellos encontraron en esas incomodidades cómicos motivos
de regocijo. (Compartir cualquier cosa vuelve cualquier cosa mejor para los
enamorados, cuando son felices.) La felicidad les prestaba simpatía, simpatía
para el verdulero, para el carnicero, para el panadero, para el médico cuando
había que consultarlo, para los participantes de una cola, por personal y larga
que fuera. De noche, cuando se acostaban, el cansancio que sentían abrazados,
era un premio. Él soñaba mucho; ella no soñaba nunca. Él, al despertar a la
hora del desayuno, le contaba sus sueños; eran sueños interminables y
accidentados, llenos de alegría o de zozobras. Le gustaba contar los sueños,
porque casi todos tenían (como las novelas policiales) suspenso: aprovechaba el
momento en que iba a tomar un trago caliente de té o en que se metían un trozo
grande de pan con manteca y miel en la boca, para interrumpir la parte
sensacional del sueño y hacer esperar debidamente el desenlace.- Quisiera ser
vos – decía ella, con admiración.- Yo también –decía él- ser vos, pero no que
vos fueras yo.- Es lo mismo –decía ella.- Es muy distinto-respondía él-. Lo
primero sería agradable, lo segundo angustioso.- ¡Por qué nunca puedo estar en
tus sueños, sin el vigilia te acompaño!- Ella exclamaba-. Oírtelos contar, no
es lo mismo. Me faltan el aire, la luz que los rodea.- No creas que son tan
divertidos (tengo más talento de narrador que de soñador), son mejores cuando
los cuento-dijo él.- Los inventarás, entonces.- No tengo tanta imaginación.- De
todos modos, quisiera entrar en tus sueños, quisiera entrar en tus
experiencias. Si te enamoraras de una mujer, me enamoraría yo también de ella;
me volvería lesbiana. - Espero que nunca suceda –decía él.- Yo también –decía ella.
Durante un tiempo resolvieron dormir teniéndose de la mano, con la esperanza de
que los sueños de él pasaran dentro de ella a través de las manos. Por incómodo
que fuera, ya que para mantener una posición estratégica dar vuelta la almohada
buscando la frescura sería imposible, resolvieron dormir con las cabezas
juntas. Pensaban que ese contacto sería más eficaz que el de las manos, pero
ella seguía sin sueños.- Hay personas que no sueñan –decía él-. No hay nada que
hacer.- Sería capaz de tomar mescalina, fumar opio. Cualquier cosa haría con
tal de soñar. - Es lo único que falta –decía él. Una mañana de primavera, a la
hora del desayuno, ella trajo como siempre la bandeja con las dos tazas
servidas y las tostadas con manteca y miel. Colocó todo sobre la mesa de luz.
Se sentó sobre la cama, lo despertó ahogando risas con besos y dijo:- Anoche soñaste
con una vaquita de San José. Aquí está. –Mostró sobre su brazo el bichito rojo
como una gota de sangre. Él se incorporó en la cama y le dijo:- Es cierto. Soné
que estábamos en un jardín donde en vez de flores había piedras, piedras de
todos los colores.- Un jardín japonés –musitó ella.- Tal vez –respondió él-,
porque en las piedras había letras grabadas que parecían japonesas o chinas.
Por una calle de piedras más altas, pues todas las piedras eran de distinta
forma y tamaño, venías caminando como si fuera dentro del agua. Te acercaste y
me mostraste el brazo que creías te habías lastimado con un alfiler, pero mirándolo
bien, advertí que la gota de sangre que veía en tu brazo era en efecto una
vaquita de San José.
– De algo me
sirvió dormir con la frente pegada a la tuya –dijo ella, tratando vanamente de
hacer pasar el bichito rojo de una mano a la otra-. En tu próximo sueño trataré
de obtener algo mejor o más duradero – prosiguió, viendo que el bichito abría
un ala rizada, suplementario, que tenía escondida, y salía volando para
desaparecer en el aire. A lo noche siguiente, ella se durmió antes que él. A
las cinco de la mañana se despertaron al mismo tiempo.- ¿Qué soñaste? –ella
preguntó, sobresaltada.- Soñé que estábamos acostados en la arena, pero… vas a
enojarte…- Lo que sucede en un sueño no podría enojarme.- A mí, sí.- A mí, no.
–contestó ella -. Seguí contando.- Estábamos acostados, y vos no eras vos. Eras
vos y no eras vos.- ¿En qué lo advertías?- En todo. En el modo de besar, en los
ojos, en la voz, en el pelo. Tenías el pelo de nylon como la muñeca de la
motocicleta que te gustaba en el escaparate del subte, ese pelo amarillo
lustroso. Un día me dijiste: “Me gustaría tener el pelo así”.- ¿Y qué te hizo
pensar que esa mujer distinta de mí, era yo?- El amor que yo sentía.- Llamas
amor a cualquier cosa.- Aquel pelo amarillo de nylon, tan parecido al de la
muñeca de la motocicleta, tal vez fuera culpable. Cada hebra era como un hilo
de oro que yo acariciaba.- ¿Así? –dijo ella, mostrándole una hebra de nylon
amarillo que colgaba del cuello de su camisón. Él tomó en broma el diálogo. A
decir verdad esa hebra de nylon amarilla podía haber estado anteriormente en la
casa, por cualquier motivo. ¿Acaso la hijas de las amigas no iban de visita con
sus muñecas, que tenían el pelo de nylon? Se usa tanta ropa de nylon, ¿acaso
una hebra de una costura no podía caer?La próxima noche él tuvo que salir y
ella quedó sola. Él volvió muy tarde; ella dormía. Empezaba el invierno y le
trajo un ramo de violetas. En el momento de acostarse él puso en uno de los
ojales del camisón de ella, una violeta.-¿Qué soñaste? –dijo ella, como
siempre, al despertar.- Soñé que viajaba en un trineo por un campo cubierto de
nieve, donde merodeaban lobos hambrientos. Estaba vestido con pieles de lobo;
lo advertí en el modo de mirarme que tenían los lobos. Un bosque de pinos se
divisó en el horizonte. Me dirigí al bosque. Frente a ese bosque bajé del
trineo y en la nieve encontré una violeta, la recogí y me alejé rápidamente. En
ese momento ella vio la violeta en el ojal de su camisón.- Aquí está –dijo
ella.- Te la traje anoche en un ramito que te compré en la calle; elegí la
violeta más grande y la puse en el ojal de tu camisón.- ¿El sueño lo
inventaste?- Si lo hubiera inventado sería más divertido.- ¿Cómo supiste que
ibas a soñar con violetas? Sos mentiroso. Querés imitarme, inventando
experimentos mágicos. Eso no impide que tus verdaderos sueños obren milagros
para mí –dijo ella-. La vaquita de San José, la hebra de nylon, no han sido un
invento. Saldré pronto en los diarios, fotografiada como la mujer que saca
objetos de los sueños ajenos.- ¿Mis sueños te son ajenos?- Para los diarios, sí.
Fue durante una siesta de verano. Él soñó que andaba caminando con ella por una
ciudad desconocida, con desfiles de soldados. En una puerta verde, debajo de un
puente, Artemidoro el Daldiano, vestido de blanco, con sombrero y capa, lo
llamó.-¿Quién es Artemidoro? –preguntó ella.- Un griego. Escribió la Crítica de
los sueños.- ¿Cómo sabés que era él?- Lo conozco. Estudiamos juntos –contestó
él. Artemidoro le tendió la mano como si lo apuntara con un revólver, pero lo
que tenía en la mano era un filtro misterioso, aquel que bebieron Tristán e
Isolda. “Cuando quieras llevar a tu amada como a tu corazón dentro de ti”, le
dijo, “no tienes más que beber este filtro.” Cuando él despertó a la hora del
desayuno, ella le dijo:- Aquí está el filtro –y le mostró una botellita diminuta.
No necesitaba que le contara el sueño. Él le arrebató el frasco de la mano, lo
miró atónito, cerró los ojos y lo bebió. Cuando abrió los ojos quiso mirarla de
nuevo. Ella no estaba. Él la llamó, la buscó. Oyó una voz dentro de él, la voz
de ella, que le contestaba:- Soy vos, soy vos, soy vos. Al fin soy vos.- Es
horrible -dijo él.- A mí me gusta –dijo ella.- Es un conyugicidio.-
Conyugicidio… ¿Y qué quiere decir? –ella interrogó.- Muerte causada por uno de
los cónyuges al otro –respondió. Bruscamente despertaron. Él volvió a soñar a
lo largo de la vida y ella a sacar objetos de sus sueños. Pero la mayor parte
de las veces no le sirvieron de nada pues son todos objetos de poca
importancia; a veces ni siquiera los mira. Los atesora en su mesa de luz. Rara
vez, por suerte, le sirven para sufrir transformaciones, como sucedió con el
filtro: el término sufrir está bien elegido pues en toda transformación hay
sufrimiento. A veces tienen miedo de no volver a su estado anterior –al hogar,
a la vida habitual- y volatilizarse. ¿Pero acaso la vida no es esencialmente
peligrosa para los que se aman?
Significado del cuento
En este cuento, Silvina Ocampo explora el deseo profundo de una unión total en el amor, aunque los límites entre los amantes se desdibujen hasta casi perderse. Ocampo sugiere que el amor, aunque sea bello en su anhelo de unidad, puede ser peligroso cuando anula la individualidad, con la posibilidad de que uno termine consumido o anulado en el otro. Silvina Ocampo sugiere que en el amor profundo y transformador hay un sufrimiento inevitable, puesto que implica un cambio de identidad. En definitiva, sentirse completo con el otro, pero con el riesgo de perderse completamente en el otro.
Cuentos en YouTube
Si te gusta este género literario, te recomiendo escuchar cuentos con moraleja de Paulo Coelho que puedes escuchar en YouTube.
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